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Albatros
El lugar se llamaba Albatros, como el poema de Baudelaire. La invité a tomar un helado, con suerte hacían 5 grados de temperatura, a quién se le ocurre estupidez tal como tomar un helado, la invitación era una evidente excusa. Al entrar al lugar había música de Lenny Kravitz... ¡por favor! Lenny Kravitz, Aerosmith, Bonjovi... ¿a quién se le ocurre estupidez tal como pasar esa puta música? Le adelanté que quería irme rápido del lugar, que no era como los Albatros hermosos de Charles. Me preguntó cuál era mi apuro, mi apuro era huir del lugar pero dije que soy un tipo ansioso, cosa real pero que no aplicaba al caso. Vino el mozo, nos escaneó de arriba abajo, nos miró con desdén y soberbia mientras yo le pedía mi helado. El tipo preguntó varias veces sobre lo del helado, como para cerciorarse de que el pedido era correcto. Anotaba todo en un libreta chiquita, mugrienta y medio rota que tenía en su mano izquierda apoyada, se fue con el mismo desdén con el que me había tratado como un ser desechable. Nuestro helado no venía, la música iba empeorando, yo quería encontrar la forma de invitarla a coger un poco pero no veía la excusa. De hecho tampoco veía su nombre, sé que en algún momento me lo dijo pero me olvidé automáticamente de él, esas cosas me pasan siempre... como con aquella... aquella tipa genial, alegre pero con un dejo de tristeza dulce (trilce, le dicen), no me acuerdo de su nombre, obviamente, pero me acuerdo de que era un tipa maravillosa para ser de esas que conocés por una noche o menos aún. Habíamos bebido café sin azúcar ¿a quién se le ocurre estupidez tal como café sin azúcar? asqueroso realmente. Mientras hacíamos el café recuerdo haber fingido que yo bebía siempre el café de esa forma, seguramente ella también fingió cuando dijo que casualmente era lo mismo que le gustaba hacer. En fin, no me acuerdo de su nombre, pero no de mal tipo ni de hijo de puta, porque me acuerdo de su aroma por ejemplo, o de su textura... podrán decirme que esas son cosas que no se olvidan pero el hecho es que, bueno, eso lo recuerdo. Llegó nuestro helado, un asco, tenía muy poca apariencia, seguramente hasta lo habían escupido. La música seguía siendo otro asco más, el mozo volvía a mirarnos altaneramente, un desubicado, había que llenarle la cara de dedos pero yo no iba a ser quien lo hiciera, siempre escudé mi cobardía en un falso refinamiento que supuestamente me impedía hacer desmanes públicos. Miré al mozo con seriedad, profunda y silenciosamente por un instante a sus ojos inexpresivos. Mi helado demoró mucho.
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