La historia de Diego
De acuerdo con la nota de no más de 100 líneas aparecida en el diario, Diego fallece el 3 de marzo de 2017, a los 39 años luego de haber reventado su vehículo contra una columna tras, según la policía técnica, cruzar un cruce peligroso sin advertir que podía ser impactado por otro vehículo. Diego gambeteó al eventual vehículo que pudo haberlo impactado (del cual no se conoce modelo ni paradero) pero no fue capaz de sostener la dirección del suyo y terminó dando con una columna, curiosamente ubicada en un lugar en el que perfectamente podría haber un cartel que indique cosa tal como "Cruce peligroso" o "Ceda el paso".
Todo es un signo, no existe cosa en este mundo que no sea interpretable. Tan así que eso justifica sueldo, vida y devoción de centenares de lingüístas. Mirando con un poco de detención, siempre aparecerá un detalle que nos rapte y sublime nuestra atención disparando una serie concatenada de pensamientos circulares, seguramente con destino a ningún lado concreto o útil.
Diego, escapando a esa efervescencia semiológica, compró su vehículo (omitiré la marca por motivos de Copyrights) tras mi intermediación, yo se lo vendí. No fue un cliente especialmente amable, más bien era un tipo "normal". Tampoco era de estos tipos que cuando se acercan a un auto se excitan a punto tal que comienzan a masajear su chásis en un gesto cuasi onanista. Diego era un comprador más. Recuerdo que me consultó porqué su vehículo no tenía control de estabilidad (ESP) y yo, buscando excusas como adentro de un bolso, esgrimí que los vehículos dentro de un promedio de los 1.100 kgs no tenían control de estabilidad por razones de ingeniería, son vehículos "livianos" (comparados con otros, claro) y un ESP no cambiaría sustancialmente su control a la hora de una maniobra imprevista. "Si te la tenés que pegar te la pegás con o sin ESP", recuerdo haberle dicho, y Diego tenía que pegársela.
Diego se mostró preocupado por que la facturación de la compra de su vehículo sea inferior a lo que realmente valía el vehículo, suelo ser cumplidor con esos temas ya que sé, son determinantes en una venta. Esos datos que las notas necrológicas desprecian o desconocen son para mí capitales, ya que hablan de una persona más que cualquier otra actitud. Soy un radical impositivo, detesto ver como todos en este país desean que "las cosas mejoren" y que los demás "dejen de robar" pero ellos, a su modo, contribuyen a esa cultura del canchero, el más vivo. Todos quieren pagar lo mínimo posible por algo pero recibir el máximo posible de beneficios, y si no lo reciben se quejan, porque es obligación del estado regalar muchas cosas a sus habitantes... así piensan. La operación semiológica que hay que hacer es Diego no paga sus impuestos = Diego muere en una esquina mal señalizada. La percusión del cráneo de Diego contra el airbag fue tan violenta que aún así lo sustrajo de este mundo llevándolo quien sabe donde. El arte de evadir impuestos es un arte trillado, siemple y perverso. Y sacar conclusiones al respecto suele ser cursi y por lo menos, cómodo. Todos pagamos los impuestos cuando es con la billetera del otro, está claro.
Estos tópicos son casi ineludibles en una sociedad como la del hoy, donde el Estado regula las transacciones y percibe dinero por cada una de ellas. La vulgaridad e insignificancia de Diego, víctima más de la miserable costumbre sensacionalista de los periódicos de poner fotos de autos estrujados y comentar cosas que no le interesan a mucha gente en realidad, no quita que su comportamiento es la media.
Ensombrecidos por la notoriedad de su delito cotidiano muchos se excusan, "si yo pagase los impuestos de todos modos los políticos se los robarían", lo infantil de la lógica de "como otros roban yo robo antes" hace que sea innecesario ahondar en argumentos.
Diego iba de vez en cuando al cine, le encantaba la serie de películas del Sr de los anillos, se sentía identificado con Sam, ya que se consideraba fiel y noble a sus amigos. En el cine siempre tomaba alguna gaseosa y al salir buscaba una librería donde comprarse algún libro que esté de moda. Le gustaba mucho el voyeurismo ese de andar mostrando lo feliz que uno es consumiendo bienes, pero siempre lo hacía desde la humildad de tipo laburante, desde el "esto me costó mucho". Era de esos del pegotin de "no me envidies me lo gané trabajando"... está lleno de esos.
You and I booth know, everything must go away, dice la canción. La trivialidad de Diego era casi mitológica, y de lo más normal que se haya visto (he aquí el síntoma de una sociedad en decadencia). Probablemente yo sea cómplice de su muerte en tanto intermedié en la compra de ese vehículo que apuró su muerte. Probablemente él sea cómplice de su muerte en tanto evitó aportar la cantidad de impuestos que corresponde a la compra de un vehículo, quitando otro grano de arena contributivo a esa anfibiología eufemística de "tener un país mejor" que todos esgrimen y pocos cumplen.
Diego no hizo nada grave, era otro más de esos winners de la vida que quieren tenerlo todo y más... y otro poco más... y a menudo evaden pagar cosas sólo por el acto de ser más vivo que el resto, vamos ¿quién no lo ha hecho?. El destino (o las calles, ponganlo en el orden que quieran) padece de una ceguera instrumental en la cual, como todo es un signo, todo está enganchado. Ideas protésicas emocionales como "tengo un buen auto" quedan dando vueltas cuando esa sabiduría trivial choca contra una columna.
La nota del diario no tenía demasiados detalles, más bien era sucedánea, simplificaba todo, "el conductor era empresario", "venía a alta velocidad", "no advirtió que otro vehículo podía impactarlo", daba por hecho lo involuntario de "el accidente". Yo creo que Diego un poco se lo buscó. Mi reflexión casi tiene instrucciones de uso pero es poco lo que se puede concluir de aquello que forma parte de lo cotidiano.
Todo es un signo, no existe cosa en este mundo que no sea interpretable. Tan así que eso justifica sueldo, vida y devoción de centenares de lingüístas. Mirando con un poco de detención, siempre aparecerá un detalle que nos rapte y sublime nuestra atención disparando una serie concatenada de pensamientos circulares, seguramente con destino a ningún lado concreto o útil.
Diego, escapando a esa efervescencia semiológica, compró su vehículo (omitiré la marca por motivos de Copyrights) tras mi intermediación, yo se lo vendí. No fue un cliente especialmente amable, más bien era un tipo "normal". Tampoco era de estos tipos que cuando se acercan a un auto se excitan a punto tal que comienzan a masajear su chásis en un gesto cuasi onanista. Diego era un comprador más. Recuerdo que me consultó porqué su vehículo no tenía control de estabilidad (ESP) y yo, buscando excusas como adentro de un bolso, esgrimí que los vehículos dentro de un promedio de los 1.100 kgs no tenían control de estabilidad por razones de ingeniería, son vehículos "livianos" (comparados con otros, claro) y un ESP no cambiaría sustancialmente su control a la hora de una maniobra imprevista. "Si te la tenés que pegar te la pegás con o sin ESP", recuerdo haberle dicho, y Diego tenía que pegársela.
Diego se mostró preocupado por que la facturación de la compra de su vehículo sea inferior a lo que realmente valía el vehículo, suelo ser cumplidor con esos temas ya que sé, son determinantes en una venta. Esos datos que las notas necrológicas desprecian o desconocen son para mí capitales, ya que hablan de una persona más que cualquier otra actitud. Soy un radical impositivo, detesto ver como todos en este país desean que "las cosas mejoren" y que los demás "dejen de robar" pero ellos, a su modo, contribuyen a esa cultura del canchero, el más vivo. Todos quieren pagar lo mínimo posible por algo pero recibir el máximo posible de beneficios, y si no lo reciben se quejan, porque es obligación del estado regalar muchas cosas a sus habitantes... así piensan. La operación semiológica que hay que hacer es Diego no paga sus impuestos = Diego muere en una esquina mal señalizada. La percusión del cráneo de Diego contra el airbag fue tan violenta que aún así lo sustrajo de este mundo llevándolo quien sabe donde. El arte de evadir impuestos es un arte trillado, siemple y perverso. Y sacar conclusiones al respecto suele ser cursi y por lo menos, cómodo. Todos pagamos los impuestos cuando es con la billetera del otro, está claro.
Estos tópicos son casi ineludibles en una sociedad como la del hoy, donde el Estado regula las transacciones y percibe dinero por cada una de ellas. La vulgaridad e insignificancia de Diego, víctima más de la miserable costumbre sensacionalista de los periódicos de poner fotos de autos estrujados y comentar cosas que no le interesan a mucha gente en realidad, no quita que su comportamiento es la media.
Ensombrecidos por la notoriedad de su delito cotidiano muchos se excusan, "si yo pagase los impuestos de todos modos los políticos se los robarían", lo infantil de la lógica de "como otros roban yo robo antes" hace que sea innecesario ahondar en argumentos.
Diego iba de vez en cuando al cine, le encantaba la serie de películas del Sr de los anillos, se sentía identificado con Sam, ya que se consideraba fiel y noble a sus amigos. En el cine siempre tomaba alguna gaseosa y al salir buscaba una librería donde comprarse algún libro que esté de moda. Le gustaba mucho el voyeurismo ese de andar mostrando lo feliz que uno es consumiendo bienes, pero siempre lo hacía desde la humildad de tipo laburante, desde el "esto me costó mucho". Era de esos del pegotin de "no me envidies me lo gané trabajando"... está lleno de esos.
You and I booth know, everything must go away, dice la canción. La trivialidad de Diego era casi mitológica, y de lo más normal que se haya visto (he aquí el síntoma de una sociedad en decadencia). Probablemente yo sea cómplice de su muerte en tanto intermedié en la compra de ese vehículo que apuró su muerte. Probablemente él sea cómplice de su muerte en tanto evitó aportar la cantidad de impuestos que corresponde a la compra de un vehículo, quitando otro grano de arena contributivo a esa anfibiología eufemística de "tener un país mejor" que todos esgrimen y pocos cumplen.
Diego no hizo nada grave, era otro más de esos winners de la vida que quieren tenerlo todo y más... y otro poco más... y a menudo evaden pagar cosas sólo por el acto de ser más vivo que el resto, vamos ¿quién no lo ha hecho?. El destino (o las calles, ponganlo en el orden que quieran) padece de una ceguera instrumental en la cual, como todo es un signo, todo está enganchado. Ideas protésicas emocionales como "tengo un buen auto" quedan dando vueltas cuando esa sabiduría trivial choca contra una columna.
La nota del diario no tenía demasiados detalles, más bien era sucedánea, simplificaba todo, "el conductor era empresario", "venía a alta velocidad", "no advirtió que otro vehículo podía impactarlo", daba por hecho lo involuntario de "el accidente". Yo creo que Diego un poco se lo buscó. Mi reflexión casi tiene instrucciones de uso pero es poco lo que se puede concluir de aquello que forma parte de lo cotidiano.
Comentarios