Un repaso por la carrera de Jhona Lemole, y su último disco
Las letras que sonaban inquietas y curiosas en el primer disco de Lemole, Monstruo Familiar, construyeron un relato cuando conocimos En el bosque, su segunda placa, que perfectamente podría haber sido editada como un disco doble junto al primero. A un ritmo compositivo realmente febril, Jhona Lemole disparó más canciones, ahora con especial énfasis en las texturas cuando editó Amuleto y Adoración, en 2019 y 20 respectivamente. Tomó forma una tetralogía que nos permitió conocer el arte de un poeta hijo de la ciudad, que tiene los mismos claroscuros y preguntas que Montevideo engendró. Mares embravecidos, desasosiegos solitarios, lunas compañeras del abandono y la fantasmática de los cuerpos que ya no están a nuestro lados fueron fetiches con los que Jhona nos interpeló en canciones laberínticas, que escapan a la trillada estructura verso-coro-verso.La carrera solista de Lemole se solidificó con la edición de Celebrar (2021), un disco que corría el riesgo de volverse empalagoso y hasta regodearse en la melancolía pero que Jhona supo delinear como para escapar a los lugares comunes.
Posteriormente vino Demoledor, su último grupo previo a La Orquesta Deforme. Folclor, el disco que editó en este proyecto, lo llevó a hacer algunas presentaciones en Buenos Aires en las que pudo dejar en evidencia que su arte no se parece a nada pero tiene un poco de todo. Irreverente, el proyecto se impuso sólo frente a Lemole sin que él parezca tener muy claro si estaba creando música o traduciendo musas, que más que visitarlo directamente lo hacían padecer un síndrome de Estocolmo que lo mantenía constantemente inspirado. El disco fue un vampiro emocional que se alimentó de quien lo escuchó. Sugerentes silencios, letras inquietas e incómodos compases guíaron al oyente a completar los huecos con recuerdos, aromas y humedades.
Posteriormente vino Demoledor, su último grupo previo a La Orquesta Deforme. Folclor, el disco que editó en este proyecto, lo llevó a hacer algunas presentaciones en Buenos Aires en las que pudo dejar en evidencia que su arte no se parece a nada pero tiene un poco de todo. Irreverente, el proyecto se impuso sólo frente a Lemole sin que él parezca tener muy claro si estaba creando música o traduciendo musas, que más que visitarlo directamente lo hacían padecer un síndrome de Estocolmo que lo mantenía constantemente inspirado. El disco fue un vampiro emocional que se alimentó de quien lo escuchó. Sugerentes silencios, letras inquietas e incómodos compases guíaron al oyente a completar los huecos con recuerdos, aromas y humedades.
Deformación programada
Curtido por esta fecunda carrera, volvió al estudio con un nuevo nuevo proyecto, Jhona Lemole y La orquesta Deforme, acompañado por Micaela Artigas en voces, Santiago Pepe en teclados, el bajo de Paulo Amorín, batería de Ale Caper, y las guitarras de Federico Ravera y Facundo Bonilla, quienes protegen a Lemole en esta nueva incursión sónica, ahora en formato banda y más enchufado que nunca. Deforme, su nuevo disco, consolida su oficio y nos ofrece un Lemole que desborda sus propios límites, porque deforme no significa sin forma sino carente regularidad, sin un patrón específico.El rodaje de sus casi 10 años de carrera transformaron a ese cantautor tímido que susurraba poemas encima de melodías mínimas en un completo músico que ahora también hizo sus primeras armas como productor, bajo la atenta tutela de Santiago Peralta (ex ET y los problems, Riki Musso), quien además hizo las mezclas, que fueron masterizadas por Juan Stewart (Jaime sin tierra).
Las bienvenidas participaciones de Laura Gutman, Viviana Stagnaro, Selina Tarallo y Olivia hacen que Deforme sea un disco versátil, fruto de una constelación de talentos resumida en 8 intensas canciones.
Casa de los horrores abre la placa, con Lemole atrincherado en un parque de atracciones, que no es otra cosa que un lúgubre y edulcorado espacio consagrado a la evasión del dolor, una auténtica pesadilla. Desde ahí deshilachamos un álbum que transita momentos de perpetua vibración donde la luz por momentos nos enceguece y “el viento se lleva el humo de la habitación”. Referencias a la vernácula escritora Mariana Enríquez, confesiones intoxicadas que purgan penas, bossa novas con aires a Nick Cave y niveles maníacos de detalle como cuando canta “Veo brillar todos tus premolares” hacen de Deforme un disco impredecible, lleno de destellos inimitables mediante secuencias asociativas lógicas. El impulso que alcanzaron con tracks como Invencibles nos hace pensar en la consagración de un artista intenso pero hasta ahora subterráneo.
Jhona Lemole y su orquesta deforme parecen haber navegado a través de ríos oníricos que le dan un aspecto único a sus composiciones convirtiéndolas en volátiles poemas que exploran sensibilidades y dolores inflamables. Sería imposible que una Inteligencia Artificial arribe a tierras vecinas a las que nos lleva Deforme, porque para llegar ahí primero hay que tener un grado de emotividad y procesamiento afectivo que sólo tecnologías como las lágrimas y las risas pueden desarrollar. La IA de Jhona Lemole no es de inteligencia artificial, es de inteligencia artística, y es una forma de crear que parece conocer a la perfección cuando repetirse y cuando innovar. No lo estoy elogiando, lo estoy describiendo lo mejor que puedo.
Deforme es algo que todos necesitamos que suceda, el disco con el que toda persona con sentimientos tiene que chocarse al menos una vez en su vida. Irreverente y con los límites poco definidos, le hace frente a esa torpe cinemática de movimientos silenciosos y al tanteo que la vida fatua del urbanita on demand amenaza en convertirse.
Un aire de protesta trasunta la lírica del disco como un reclamo ante la insípida ansiedad que bloquea los silencios y espacios en blanco necesarios para administrar la cantidad de estímulos a la que estamos sobrexpuestos. Tom Waits amaría Deforme porque es un disco hecho con ética autoral. La conexión moral entre la música que Lemole ha construido durante sus discos anteriores y sus escuchas, vínculo que reside en la práctica de cierto tipo de modestia artística, una intimidad que asume un compromiso con las emociones como espejo de lo que somos pero no dejamos ver: escucharlo hace posible la riqueza de significado antes que la claridad del mismo. Esta es la ética de Lemole, un músico que no quiere ser famoso y subir fotitos a Instagram, prefiere llevarte a un viaje soñolento que te permita evocar tus emociones, comprenderlas y descubrirte vulnerable frente a la brutal belleza de lo inesperado. Si su estilo no esta más allá de todo tipo de orden establecido, no es un disco de Jhona Lemole. Esa sobredosis de puntos suspensivos permite que escapar de la vida en modo avión sea una narrativa que ahora tiene canciones que la acompañan. Buscamos confundirnos con los demás, mimetizándonos para distraernos un poco del terrible desamparo de la vida y con este disco, el ejercicio de desaparecer por un rato será más placentero y enriquecedor.
Las bienvenidas participaciones de Laura Gutman, Viviana Stagnaro, Selina Tarallo y Olivia hacen que Deforme sea un disco versátil, fruto de una constelación de talentos resumida en 8 intensas canciones.
Casa de los horrores abre la placa, con Lemole atrincherado en un parque de atracciones, que no es otra cosa que un lúgubre y edulcorado espacio consagrado a la evasión del dolor, una auténtica pesadilla. Desde ahí deshilachamos un álbum que transita momentos de perpetua vibración donde la luz por momentos nos enceguece y “el viento se lleva el humo de la habitación”. Referencias a la vernácula escritora Mariana Enríquez, confesiones intoxicadas que purgan penas, bossa novas con aires a Nick Cave y niveles maníacos de detalle como cuando canta “Veo brillar todos tus premolares” hacen de Deforme un disco impredecible, lleno de destellos inimitables mediante secuencias asociativas lógicas. El impulso que alcanzaron con tracks como Invencibles nos hace pensar en la consagración de un artista intenso pero hasta ahora subterráneo.
Jhona Lemole y su orquesta deforme parecen haber navegado a través de ríos oníricos que le dan un aspecto único a sus composiciones convirtiéndolas en volátiles poemas que exploran sensibilidades y dolores inflamables. Sería imposible que una Inteligencia Artificial arribe a tierras vecinas a las que nos lleva Deforme, porque para llegar ahí primero hay que tener un grado de emotividad y procesamiento afectivo que sólo tecnologías como las lágrimas y las risas pueden desarrollar. La IA de Jhona Lemole no es de inteligencia artificial, es de inteligencia artística, y es una forma de crear que parece conocer a la perfección cuando repetirse y cuando innovar. No lo estoy elogiando, lo estoy describiendo lo mejor que puedo.
Deforme es algo que todos necesitamos que suceda, el disco con el que toda persona con sentimientos tiene que chocarse al menos una vez en su vida. Irreverente y con los límites poco definidos, le hace frente a esa torpe cinemática de movimientos silenciosos y al tanteo que la vida fatua del urbanita on demand amenaza en convertirse.
Un aire de protesta trasunta la lírica del disco como un reclamo ante la insípida ansiedad que bloquea los silencios y espacios en blanco necesarios para administrar la cantidad de estímulos a la que estamos sobrexpuestos. Tom Waits amaría Deforme porque es un disco hecho con ética autoral. La conexión moral entre la música que Lemole ha construido durante sus discos anteriores y sus escuchas, vínculo que reside en la práctica de cierto tipo de modestia artística, una intimidad que asume un compromiso con las emociones como espejo de lo que somos pero no dejamos ver: escucharlo hace posible la riqueza de significado antes que la claridad del mismo. Esta es la ética de Lemole, un músico que no quiere ser famoso y subir fotitos a Instagram, prefiere llevarte a un viaje soñolento que te permita evocar tus emociones, comprenderlas y descubrirte vulnerable frente a la brutal belleza de lo inesperado. Si su estilo no esta más allá de todo tipo de orden establecido, no es un disco de Jhona Lemole. Esa sobredosis de puntos suspensivos permite que escapar de la vida en modo avión sea una narrativa que ahora tiene canciones que la acompañan. Buscamos confundirnos con los demás, mimetizándonos para distraernos un poco del terrible desamparo de la vida y con este disco, el ejercicio de desaparecer por un rato será más placentero y enriquecedor.
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