el marketing se quiere comer al feminismo

No es necesario ser machista para ver que se ha desarrollado todo una parafernaria marketinera alrededor de una noble y justa causa como lo es el feminismo.
Brieva
Está claro que este no es el problema más grave de la sociedad contemporánea sino apenas un comentario a pie de página de algo que, en tanto sucede (es bastante visible), no tenemos porqué obviar.
Dior
Está claro que el feminismo (aceptemos, a fines comunicativos, esta enorme etiqueta que abarca tantas otras en su interior) hizo que de pronto muchos hombres se pregunten por primera vez por la igualdad de géneros, la misma igualdad que durante varios siglos no pareció importarle a la mayoría de los hombres. Es esa igualdad de Schrödinger, de la que se acuerdan ahora que ven(vemos) amenazados sus (nuestros) privilegios. Más que a una eulogia sobre la igualdad, ese uso discursivo se parece más a una negociación en la que le recordamos al otro cuánto es lo máximo que vamos a ceder.
Pero como estamos en la época de la literalidad mal entendida, y hoy para muchas personas un hombre (otra enorme y diversa etiqueta que resumimos a fines comunicativos) no puede hablar de temas de mujeres (lo cual es igual de lógico que decir que sólo los pobres pueden teorizar sobre la pobreza, o sólo los rubios sobre los pelos amarillos...), yo no voy a opinar del tema sino a través de autoras. Para que por lo menos esta idea (de la que ni siquiera soy autor) no parezca el comentario que podría hacer Oscar Ruggeri una tarde de 8 de marzo por la tele.
La mercantilización del feminismo, también conocida como "feminismo de mercado" o "femvertising", fue observada por diversas autoras que critican cómo el capitalismo ha absorbido y transformado los ideales feministas en estrategias comerciales.
La f
ilósofa y teórica feminista estadounidense Nancy Fraser argumentó que el feminismo fue cooptado por el neoliberalismo y su lógica de producción, desviando su enfoque desde la lucha por la justicia social hacia una forma de individualismo que beneficia al capitalismo, antes que a quien dice defender. No tiene muchos grises, ha llegado a decir que la transformación hizo que el feminismo sea la "sirvienta del capitalismo", enfocándose más en el reconocimiento que en la redistribución económica. Algo así como que "ahora nos dicen gracias pero seguimos dependiendo económicamente".
Por su parte, Yanna Franco, Marisa Bordón Ojeda y Claudia García-Alonso, en su artículo "El morado es el nuevo rosa: el feminismo como mercancía y como estrategia de marketing en los anuncios publicitarios", analizan cómo el color morado, símbolo de la lucha feminista, ha sido utilizado en publicidad para atraer a consumidoras, despolitizando su significado original y contribuyendo a la mercantilización del feminismo. Concluyen que estas estrategias disfrazan intereses económicos bajo la gris apariencia de promover una igualdad que no practican.
Además, Gabriela Guerra es otra de las autoras que podemos sumar al repaso. Ella critica al "feminist washing" en campañas publicitarias, destacando cómo muchas marcas adoptan discursos feministas superficialmente para mejorar su imagen y aumentar ventas, sin un compromiso real con la causa. 
En 2017, por ejemplo, Dior lanzó una camiseta lisa blanca con el lema "Todos deberíamos ser feministas", inspirado en el ensayo de Chimamanda Ngozi Adichie. Parte de las ganancias tenían fines benéficos pero el precio de una prenda tan sencilla estaba por encima de los 500 dólares, lo cual produjo un escándalo. Ese mismo año, Dove publicó un anuncio en el que una mujer negra se transformaba en blanca (!!!!) después de usar su gel de baño.
Zara también se mandó una ese año, cuando lanzó su campaña "Love your curves" mostrando a dos modelos flaquitas junto al cínico "Ama tus curvas".
Esta práctica genera desconfianza y exige a los consumidores ser críticos respecto a la autenticidad de estas campañas.
Zara
Hay que ser muy lineal para entender que criticar esto es criticar al feminismo en sí. Insisto, no sabemos dónde puede terminar esta especie de floración tentacular que el capitalismo siempre sabe desarrollar. El Anticapitalismo también se transformó en un objeto de consumo, el comunismo y hasta el propio "che" Guevara, el cuco de los capitalistas, es hoy una cara en un pin, el nombre de un perfume francés. 
Otra autora a la que deberíamos recurrir es Alicia Valdés. En su ensayo "Política del malestar", ella exploró cómo el sistema capitalista perpetúa la angustia y la autoexplotación. Valdés critica la apropiación del capitalismo de la identidad fluida para mantener la perpetua insatisfacción y el consumo constante, ejemplificando con productos como Axe. Además, señala cómo la cultura del esfuerzo y la marca personal capitalizan la identidad de las personas, creando presión y culpa si no logran el éxito. ​
Estas críticas evidencian una preocupación compartida sobre cómo el feminismo ha sido instrumentalizado por el mercado, despojándolo de su contenido político y transformándolo en una herramienta más del capitalismo para perpetuar el consumo.

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