Sobre la corrección discursiva
La corrección discursiva (no hay porqué usar el sintagma tan de moda ese de “corrección política”) se ha instalado institucionalmente.
Pero esta instalación, lejos de ser formal, es únicamente superficial. El denominado (en filosofía y epistemología) "giro lingüístico" es un giro que en la política ha sido insustancial, una mera frivolidad fetichista orientada a una eventual captación de votos a través de mecanismos de identificación extremadamente primitivos psicológicamente (poco importa si un político dice "todos y todas" si a fin de cuentas dicho político es el mismo incompetente de siempre) y que suelen estar funcionando bastante, a juzgar por sus efectos empíricos. Dicho Giro Lingüístico termina convirtiéndose en un juguete discursivo sin consecuencias mayores que una posible "puesta en cuestión" de numerosos problemas sociales, pero al limitar su acción al plano de las representaciones, se ha mostrado incapaz de disputar el poder real, los vectores de micropoder que mencionaba Foucault.
De eso se trata vivir hoy, de corrosión de las actitudes a través del desgaste de la marea de palabras, de como tópicos del tipo machismo, homosexualidad, conservación de la naturaleza (o animales) se han desemantizado para convertirse en pop-ups de la vida urbana, elementos distorsivos que se entrometen haciendo ruido y evidenciándose más como una molestia que como una reivindicación (muy justa, casi siempre) en la cual la forma se comió el contenido.
No alcanza con consignas, la policía moral (hay que revisitar obras de George Orwell una vez por año, por lo menos, para seguir fresco) es muy agradable, y está customizada con colores muy agradables, pero su poder punitivo tiene límites muy definidos, la práctica (violenta) del escrache lo único que genera es esconder a los escrachados: el machista no deja de ser machista porque todos le griten que es un tarado, solamente controla sus expresiones un poco más al verse desaprobado por la comunidad. La Corrección discursiva ha permeado los espacios públicos que poseen menor resistencia, los más sometidos a la aprobación social. Puertas adentro aparecen representaciones harto conservadoras de los estereotipos de género.
A pesar de la creciente incertidumbre masculina respecto de sí misma, la publicidad, por ejemplo, sigue reafirmando una supuesta identidad viril (el macho musculoso y pijudo que todo lo puede) y reproduciendo anacrónicos modelos de referencia para hombres y, por extensión, modelos de mujer. Porque la publicidad no sólo es machista cuando muestra el cuerpo de una mujer como carne colgada en un gancho, también es machista cuando carga en la espalda del hombre exigencias que son inherentes a cualquier sujeto social con dos dedos de frente.
Tengo un poco de miedo de que la corrección discursiva termine siendo una charlatanería baladí sin efectos que en lo que dura una moda pase a convertirse en otra forma de discurso altanero moralmente y poco lacerante socialmente.
Comentarios