All in all is all we are

En el vasto lienzo del universo, donde cada estrella es una pincelada se despliega la sinfonía diminuta de energía majestuosa / ballena azul. Vibra cada partícula en una danza eterna de energía omnipresente que, como hilo, teje el tapiz de lo que existe. Núcleos de chispas divinas se conectan en fragmentos de un todo, partículas de polvo que se entrelazan en una vasta sopa cósmica.
Poesía epigenética que revela que no estamos en el confinamiento dictado de nuestro ADN. Las experiencias, emociones y pasiones pueden alterar la expresión de este delicado equilibrio en el que la energía fluye como un viento que moldea dunas en el desierto. Memorias ancestrales saben todo, no pueden crecer. El eco guía nuestro impulso y moldea cada fibra del ser que habitamos.
La interconexión de todas las formas de vida se manifiesta en un susurro constante que atraviesa tiempo y espacio. Un silencio estrellado rodea cada faro de energía como recordatorio de la conexión con el cosmos. La luz que viaja despertando un sentido de pertenencia ante lo cognoscible en este vasto teatro donde cada vida es un acto único de un guion sin final.
Los árboles y sus raíces profundas, los árboles y sus ramas extendidas; son antenas que captan mensajes inescrutables para otras formas de vida. Sus hojas nutren el suelo que alimenta las nuevas hojas. Se perpetúa una coreografía perfecta de nacimiento, muerte y renacimiento, en la cual putrefacción y vitalidad se funden para crear una misma amalgama en movimiento; somos canales de energía que va hacia el universo.
No sólo los seres vivos están animados. La fuerza vital que impulsa el crecimiento de una flor es la misma que une las partículas de una roca, que erosionada volverá a ser arena para que luego todo retome el mismo curso iterando en una nueva forma de solidez líquida. En el nivel más profundo de lo que existe no hay separación entre nosotros y el resto del universo. Somos ondas en el mismo océano de energía, vamos interconectados en una red infinita de vida donde cada pensamiento, acción e impulso reverbera creando ondas que se expanden y tocan todo lo que existe, y también lo que aún no.
La carne nos hace autores de una parte de ese destino volátil. Más allá de la biología se mueve un lenguaje místico de energía que trasciende lo material y entiende la música de las esferas y la danza de sus partículas subatómicas. En cada latido estamos sintonizados con una sinfonía cósmica que se vincula a algo que estuvo y ya no está. Energía que nos moldea recordándonos que formamos parte de algo mucho más intenso.
En el flujo eterno de lo que existe cada ser tiene un propósito superior. La sabiduría de lo que existe muestra que todo está sincronizado y es interdependiente. El ciclo de las estaciones y la migración de las aves son una armonía ciega que contribuye a la hemorragia universal. La energía se revela como una tormenta holográfica que transparenta lo que no existe para transformarlo en memoria: cosa que fue. 
Finalmente, al contemplar la vastedad del cosmos y la complejidad de la existencia podemos sentir una profunda reverencia por la energía que nos une. Esta energía, a veces imperceptible, a veces sólida, es el motor de toda creación, aliento divino que infunde vida en cada rincón. Al abrazar nuestra interconexión y no su materialidad en las formas de vida, podemos vivir con una mayor conciencia y gratitud, sabiendo que somos una parte integral de este magnífico todo.

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