apuntes para una teoría del valor

Vivimos en un mundo donde los grandes sistemas de pensamiento funcionan como religiones sin necesidad de Dios. El capitalismo, por ejemplo, se apoya en una fe ciega en “la mano invisible del mercado”, un mecanismo que supuestamente organiza todo sin que nadie lo controle. Esa “mano” es tan intangible y omnipresente como cualquier divinidad. No se ve, pero se cree en ella. Opera en silencio, premiando o castigando según reglas que no se discuten, solo se aceptan.

En el otro extremo, muchas corrientes de izquierda —como el trotskismo— también construyen sus propios altares. En lugar de un dios, adoran a la lucha de clases. Todo se explica desde ahí: la historia, los conflictos, las decisiones humanas. Como si los sujetos fueran piezas en un engranaje inevitable, como si no existiera la posibilidad de actuar fuera del libreto ideológico. Es el mismo mecanismo: una lectura totalizante, cerrada, incapaz de incorporar lo inesperado, lo contradictorio, lo humano.
Ambos son pensamientos mecanicistas. Creen que el mundo funciona con reglas preestablecidas que no se pueden torcer, y que si seguimos la lógica de su sistema, todo se ordenará. Pero la realidad siempre se escapa. No hay modelo que aguante la complejidad del mundo real sin traicionar su propio esquema. Por eso, todo planteo dogmático, antes o después, choca contra los hechos.
Incluso el lenguaje con el que pensamos está cargado de ideología. La palabra vago, por ejemplo, tiene un peso moral negativo, pero su origen está en la época colonial. Se usaba para señalar a los gauchos que no se sometían al trabajo forzado en las estancias. No eran vagos por no hacer nada: eran vagos porque no querían ser peones. La palabra es una trampa. Nos obliga a juzgar sin entender.
Y así, muchas ideas que repetimos sin pensar son representaciones falsas de la realidad. Creer que "los impuestos son un robo" o que "la propiedad es un robo" son formas distintas de simplificar algo mucho más complejo. Los impuestos, en su origen, pueden ser instrumentos de redistribución o de saqueo, según cómo se apliquen. La propiedad, por su parte, puede ser garantía de autonomía o herramienta de exclusión. No hay una verdad única. Depende del contexto, de las relaciones sociales, de la historia detrás de cada cosa.
El ser humano no es un engranaje ni un número en una estadística. Es un animal de lenguaje, que desea, que cree, que se contradice. Y ahí está lo que ninguna ideología puede abarcar del todo: lo imprevisible, lo simbólico, lo emocional. Lo que nos hace humanos.

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