Le tomé una foto a un cadáver
Le tomé una foto a un cadáver. Le vi volar raudamente a través de la avenida, seguramente encandilada por el recalcitrante sol del incipiente verano. Le vi planear en una actitud alegre y me dio la sensación de que no iba a poder eludir la puerta de vidrio blindado de dos metros de altura contra la que finalmente rompió su cuello para morir en un suicidio tal vez involuntario (presunción incomprobable).
La puerta correspondía a un concesionario de vehículos de lujo, bienes suntuosos importados y apuntados al segmento más elevado de consumidores. Hay poesía en suicidarse contra un vidrio que protege objetos lujosos. Hay poesía en perder la vida (no haré valoraciones buenas ni malas sobre la condición -discutible- de estar vivos...) en un parpadeo contrastando la eventual riqueza de la condición vital (no haré valoraciones buenas ni malas sobre la condición...) con la riqueza material necesaria para acceder a bienes de consumo de alto valor (no haré valoraciones buenas ni malas sobre los vehículos...).
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