Epitafio (desde el umbral de mi desecho)
Aquí estoy, o lo que queda:
una palabra que olvidó pronunciarse a tiempo,una sombra que se equivocó de cuerpo
y se arrastró toda una vida pidiendo excusas por habitarlo.
No esperen mármol ni fecha exacta:
mi calendario fue una sucesión de inviernos que no cuajaron en nieve,
solo una humedad persistente,
ese tipo de tristeza que empapa los muebles
y hace que los libros huelan a abandono.
Desde este nicho –el último y menos decorado de todos mis escondites–
quisiera hablarles sin solemnidad,
sin ese espasmo teatral que algunos confunden con profundidad.
No hay grandes verdades aquí.
Solo restos de frases comenzadas en cuadernos que perdí,
en servilletas que terminé usando para limpiarme la boca
después de decir algo irreparable.
Fui un hombre con la transparencia de un vaso sucio:
se podía ver a través, pero no con claridad.
Me dediqué, con la devoción de un reloj sin manecillas,
a marcar el tiempo de cosas que no sucederían.
A veces creí amar.
Más veces aún, fingí no hacerlo para protegerme
del pequeño derrumbe que significaba mirar a otro a los ojos
y ver que ya no quedaba nadie en casa.
Pido perdón, sí,
no por lo que fui,
sino por lo que están a punto de leer entre líneas,
por ese pellizco seco en el estómago
que les recuerde que aún respiran
y que cada latido es una sentencia
firmada por un dios que, si alguna vez existió,
ya hace rato que abandonó su buzón de quejas.
Muchas veces fantasee con que mi epitafio diga cosas como
"prohibido fijar avisos" o
"prohibido salivar y hablar con el conductor"
pero ya les va a pasar, las cosas no salen como lo planeamos.
Disculpen si los dejo incómodos,
en especial a vos, lector improbable,
que abriste esta lápida creyendo encontrar
un juego de palabras ingenioso, un poco de ironía redentora,
y te encontraste, en cambio, con mi garganta abierta
intentando aún decir “no me olviden”
mientras el eco ya había elegido a otro.
No quiero flores, ni visitas, ni hipócritas remordimientos.
Pero si alguna noche el insomnio los golpea con dedos fríos,
si alguna vez se sientan en el borde de una cama ajena
sintiéndose más huéspedes que amantes,
si escuchan una canción y no entienden por qué les da ganas de llorar
aunque no diga nada claro,
recuérdenme ahí.
No como un faro.
No como una guía.
Sino como un parpadeo mal calculado
que hizo que, por un segundo, la oscuridad pareciera total.
Mi epitafio no es esta piedra.
Es cada cosa que dejé sin terminar.
Y ustedes,
sí, ustedes,
son mi obra póstuma involuntaria,
mi última herida abierta.
Gracias por cargarla un rato.
Y de nuevo,
perdón.
Disculpen si los dejo incómodos,
en especial a vos, lector improbable,
que abriste esta lápida creyendo encontrar
un juego de palabras ingenioso, un poco de ironía redentora,
y te encontraste, en cambio, con mi garganta abierta
intentando aún decir “no me olviden”
mientras el eco ya había elegido a otro.
No quiero flores, ni visitas, ni hipócritas remordimientos.
Pero si alguna noche el insomnio los golpea con dedos fríos,
si alguna vez se sientan en el borde de una cama ajena
sintiéndose más huéspedes que amantes,
si escuchan una canción y no entienden por qué les da ganas de llorar
aunque no diga nada claro,
recuérdenme ahí.
No como un faro.
No como una guía.
Sino como un parpadeo mal calculado
que hizo que, por un segundo, la oscuridad pareciera total.
Mi epitafio no es esta piedra.
Es cada cosa que dejé sin terminar.
Y ustedes,
sí, ustedes,
son mi obra póstuma involuntaria,
mi última herida abierta.
Gracias por cargarla un rato.
Y de nuevo,
perdón.




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