Sin seudónimo
Aníbal no entiende mi problema. Nadie puede comprender el problema de un escritor frente a la página en blanco y el cursor parpadeando. El WhatsApp me enloquece con gente que no sé qué carajo querrá pero yo no puedo prestarles atención hasta no hacer esto. Cada tintineo de ese cursor cae como una gota sobre tu frente, y no atinás a pegar piña, nada viene a tu cabeza para defenderte.
“Pero vos sos escritor, Alexis, ustedes son creativos y todo eso…”, me dice. Me encantaría saber de dónde sacó que los escritores somos creativos. El problema soy yo, eso está claro. Aníbal dice que en cada acto cotidiano “se esconde un cuento”, pero él jamás escribió uno. Habla pero su voz retumba por ahí, le habla al gato supongo, porque yo casi no lo escucho. No sé de qué complicidad con lo urbano habla, no hay nada más abrumador que vivir, y no es una cuestión de creatividad sino de pegarse una y otra vez. Yo directamente vivo encerrado con el gato, que es un pobre animal que me ve putear, me ve vomitar, me ve masturbarme, me ve roncar… el gato no es más que un rehén a esta altura. Un mueble más.
“Estos concursos los gana un familiar del que está en el jurado”, explico, “un amigo, un conocido, un tipo que manda cuentos a todos lados y conoce pila de gente del ambiente, básicamente gana por eso, porque tiene contactos, porque se hace un nombre, ponele”. A Aníbal mucho no le cierra eso, tampoco le cerraba que el pibe que conoció la semana pasada en un boliche no da para algo serio, ningún pibe que saques de un boliche quiere algo serio con vos, vamos, estamos ante cosas evidentes. Una noche de amor y dejate de locas pasiones, Aníbal. Está muy romantizado levantarse a alguien, parece como que siempre hay que evaluar la posibilidad de tomárselo en serio y yo pienso que eso no debería ser así. También pienso que no debería hacer este tipo de reflexiones, puesto que en mi puta vida me levanté o me voy a levantar algo o alguien ni en un boliche ni en ningún lado. Eso de levantar lo hace la gente exitosa, no yo.
Mientras demorruga una mota de porro me dice que pienso como un viejo, “parecés mi padre” me dice y yo supongo que para un hijo de padre violento eso es un insulto. Yo no parezco su padre, soy parte de la generación más preparada para fracasar en la historia de la humanidad y punto (.), pero explicarlo es redundante. Yo fui minuciosamente ensamblado para tener expectativas de que terminando el liceo tendría una vida productiva, sana, decente… ¡vamos! una vida que me deje artificial pero como mínimo conforme. Tranquilamente puedo explicarle que envejecí por dentro antes que por fuera pero eso no se puede enseñar, se aprende por aprender, por vivir. Pegarte solamente te enseña que te vas a volver a pegar. De hecho, no te lo enseña, te condiciona el reflejo. Y después de que te pegaste, cuando estás ante una situación parecida (presentar un cuento en un concurso de la Intendencia…) ya vas atajado, con un cagazo importante, consciente de que si te pegaste antes ¿por qué no habría de volver a suceder eso ahora?.
El punto es que no estoy pudiendo insultar al blanco fluorescente de la pantalla, me quedé trancado ahí hace ya casi cuarenta minutos y le estoy pidiendo por favor a la marihuana que venga, traiga una musa y me salve de este entuerto. El curso tiene unos niveles de ansiedad incompatibles con mi existencia. Debería escribir una novela, pero no sé tejer, no tengo paciencia. No puedo desarrollar toda la psicología de un personaje (a duras penas convivo con la psicología mía y la del gato…). Debería escribir sobre algo alegre, algo que me haga feliz, pero nada de lo que me hace feliz tiene una palabra exacta. Es todo tan difuso y complejo. Porque uno podría decir «¡merca!» Uh sí, la merca me hace re feliz… pero no es solo la sustancia química y propiciando shots de noradrenalina para tenerme alerta y confiado (todo eso que no soy…), es la sustancia, el lugar, un libro a mano, un café (sí, mezclo cocaína con café, café sin azúcar)
“Se te tiene que ocurrir algo”, no respondo, “la otra vez, con la mina esa que me contaste que se subió al bondi atrás tuyo, que te persiguió casi como un pajero de esos que andan todo el día atrás de una mina”, no respondo de mí, el celular vibra, me tiene podrido, lo voy a tirar a la basura… “vos sos escritor, los escritores son creativos”, y dale con lo mismo. Primero me saturó hablar con gente, después, simplemente observarla, ahora, me desborda intuir la existencia de las personas detrás del código binario del celular. Y este pibe que sabe que a mí no se me cae una idea y me dice que una persona que escribe es “creativo”. No sé qué carajo será la creatividad, y no sé para qué gastarme en escribir algo que van a leer superficialmente y tirar, porque VA A GANAR EL AMIGO DEL JURADO (necesito mayúsculas más grandes). Ya no puedo ni tolerar que un amigo me hable. Todo por la culpa de esta quimera blanca con un cursor intermitente. Mi vida nunca fue lo que se supone que iba a ser. yo iba a ser responsable, serio, muy noble… no este rejunte de cosas, todas sin terminar de cuajar. Se supone que iba a ser un escritor, no un desgraciado sin ideas. “Y sino, hacete amigo de esa gente, entrá en sus talleres literarios, leé cosas de ellos”, sugiere Aníbal, ahora sí, más lógico. El gato lo mira, el porro ya toma forma, no sé si quiero drogarme o contemplarlo, la idea está buena, mi cara lo invita a desarrollarla… “te entrás a meter en ese círculo, y después ante una consigna como esta agarrás y hacés un cuento sobre un judío amarrete o algo así, un lugar común cualquiera, porque total, si es como vos decís vas a ganar…”. La idea es maravillosa, mi moral claramente entra en conflicto con ella. Pero no porque yo sea un gran moralista, sino porque creo que a cualquiera le hace ruido semejante plan. Yo lo que tendría que lograr es ese intenso estado de entumecimiento del ego que suelen tener los escritores de profesión, dispuestos a fumarse un poema de 10 minutos de lectura sobre unas cáscaras de papa, leído a viva voz por algún hijo de un escritor realmente talentoso, que está jugando a ser como su papá. Realmente el hastío que me produce el sólo imaginar ese esfuerzo mental hace que desista de plano de la posibilidad, por más buena que esté. Hace semanas tengo la sensación en mi cabeza, y por primera vez logro dar con las palabras para expresarlo. Para ser escritor, para decirse que sos escritor, necesitás dos cosas: Tiempo y paciencia. Tiempo que tiene que ser tiempo libre, claro. Y paciencia para estar dispuesto a ver, leer u oír decenas de tipos sin talento, como vos, que sólo quieren robar un poco la guita y levantarse alguna minita.
“Pero vos sos escritor, Alexis, ustedes son creativos y todo eso…”, me dice. Me encantaría saber de dónde sacó que los escritores somos creativos. El problema soy yo, eso está claro. Aníbal dice que en cada acto cotidiano “se esconde un cuento”, pero él jamás escribió uno. Habla pero su voz retumba por ahí, le habla al gato supongo, porque yo casi no lo escucho. No sé de qué complicidad con lo urbano habla, no hay nada más abrumador que vivir, y no es una cuestión de creatividad sino de pegarse una y otra vez. Yo directamente vivo encerrado con el gato, que es un pobre animal que me ve putear, me ve vomitar, me ve masturbarme, me ve roncar… el gato no es más que un rehén a esta altura. Un mueble más.
“Estos concursos los gana un familiar del que está en el jurado”, explico, “un amigo, un conocido, un tipo que manda cuentos a todos lados y conoce pila de gente del ambiente, básicamente gana por eso, porque tiene contactos, porque se hace un nombre, ponele”. A Aníbal mucho no le cierra eso, tampoco le cerraba que el pibe que conoció la semana pasada en un boliche no da para algo serio, ningún pibe que saques de un boliche quiere algo serio con vos, vamos, estamos ante cosas evidentes. Una noche de amor y dejate de locas pasiones, Aníbal. Está muy romantizado levantarse a alguien, parece como que siempre hay que evaluar la posibilidad de tomárselo en serio y yo pienso que eso no debería ser así. También pienso que no debería hacer este tipo de reflexiones, puesto que en mi puta vida me levanté o me voy a levantar algo o alguien ni en un boliche ni en ningún lado. Eso de levantar lo hace la gente exitosa, no yo.
Mientras demorruga una mota de porro me dice que pienso como un viejo, “parecés mi padre” me dice y yo supongo que para un hijo de padre violento eso es un insulto. Yo no parezco su padre, soy parte de la generación más preparada para fracasar en la historia de la humanidad y punto (.), pero explicarlo es redundante. Yo fui minuciosamente ensamblado para tener expectativas de que terminando el liceo tendría una vida productiva, sana, decente… ¡vamos! una vida que me deje artificial pero como mínimo conforme. Tranquilamente puedo explicarle que envejecí por dentro antes que por fuera pero eso no se puede enseñar, se aprende por aprender, por vivir. Pegarte solamente te enseña que te vas a volver a pegar. De hecho, no te lo enseña, te condiciona el reflejo. Y después de que te pegaste, cuando estás ante una situación parecida (presentar un cuento en un concurso de la Intendencia…) ya vas atajado, con un cagazo importante, consciente de que si te pegaste antes ¿por qué no habría de volver a suceder eso ahora?.
El punto es que no estoy pudiendo insultar al blanco fluorescente de la pantalla, me quedé trancado ahí hace ya casi cuarenta minutos y le estoy pidiendo por favor a la marihuana que venga, traiga una musa y me salve de este entuerto. El curso tiene unos niveles de ansiedad incompatibles con mi existencia. Debería escribir una novela, pero no sé tejer, no tengo paciencia. No puedo desarrollar toda la psicología de un personaje (a duras penas convivo con la psicología mía y la del gato…). Debería escribir sobre algo alegre, algo que me haga feliz, pero nada de lo que me hace feliz tiene una palabra exacta. Es todo tan difuso y complejo. Porque uno podría decir «¡merca!» Uh sí, la merca me hace re feliz… pero no es solo la sustancia química y propiciando shots de noradrenalina para tenerme alerta y confiado (todo eso que no soy…), es la sustancia, el lugar, un libro a mano, un café (sí, mezclo cocaína con café, café sin azúcar)
“Se te tiene que ocurrir algo”, no respondo, “la otra vez, con la mina esa que me contaste que se subió al bondi atrás tuyo, que te persiguió casi como un pajero de esos que andan todo el día atrás de una mina”, no respondo de mí, el celular vibra, me tiene podrido, lo voy a tirar a la basura… “vos sos escritor, los escritores son creativos”, y dale con lo mismo. Primero me saturó hablar con gente, después, simplemente observarla, ahora, me desborda intuir la existencia de las personas detrás del código binario del celular. Y este pibe que sabe que a mí no se me cae una idea y me dice que una persona que escribe es “creativo”. No sé qué carajo será la creatividad, y no sé para qué gastarme en escribir algo que van a leer superficialmente y tirar, porque VA A GANAR EL AMIGO DEL JURADO (necesito mayúsculas más grandes). Ya no puedo ni tolerar que un amigo me hable. Todo por la culpa de esta quimera blanca con un cursor intermitente. Mi vida nunca fue lo que se supone que iba a ser. yo iba a ser responsable, serio, muy noble… no este rejunte de cosas, todas sin terminar de cuajar. Se supone que iba a ser un escritor, no un desgraciado sin ideas. “Y sino, hacete amigo de esa gente, entrá en sus talleres literarios, leé cosas de ellos”, sugiere Aníbal, ahora sí, más lógico. El gato lo mira, el porro ya toma forma, no sé si quiero drogarme o contemplarlo, la idea está buena, mi cara lo invita a desarrollarla… “te entrás a meter en ese círculo, y después ante una consigna como esta agarrás y hacés un cuento sobre un judío amarrete o algo así, un lugar común cualquiera, porque total, si es como vos decís vas a ganar…”. La idea es maravillosa, mi moral claramente entra en conflicto con ella. Pero no porque yo sea un gran moralista, sino porque creo que a cualquiera le hace ruido semejante plan. Yo lo que tendría que lograr es ese intenso estado de entumecimiento del ego que suelen tener los escritores de profesión, dispuestos a fumarse un poema de 10 minutos de lectura sobre unas cáscaras de papa, leído a viva voz por algún hijo de un escritor realmente talentoso, que está jugando a ser como su papá. Realmente el hastío que me produce el sólo imaginar ese esfuerzo mental hace que desista de plano de la posibilidad, por más buena que esté. Hace semanas tengo la sensación en mi cabeza, y por primera vez logro dar con las palabras para expresarlo. Para ser escritor, para decirse que sos escritor, necesitás dos cosas: Tiempo y paciencia. Tiempo que tiene que ser tiempo libre, claro. Y paciencia para estar dispuesto a ver, leer u oír decenas de tipos sin talento, como vos, que sólo quieren robar un poco la guita y levantarse alguna minita.
Comentarios