El valor de una moneda

Perdí tres monedas la otra vez, creo que mientras caminaba camino a donde trabajo, pero sólo es una creencia, pues en el hecho de no saber dónde las perdí radica el hecho de haberlas perdido.
Hoy encontré tres monedas, estaban sobre un muro, cerca de donde trabajo. ¿Son las mismas monedas que perdí? Valen lo mismo pero ¿son las mismas? Tal vez lo más lógico de mi parte habría sido publicar carteles que denuncien la perdida de dichas monedas e incluir en ellos mi número telefónico, correo electrónico o dirección de mi casa, para que quien las encuentre pueda devolvérmelas. Yo encontré tres monedas y me las apropié suponiendo un karma universal que devolvía lo perdido, pero lo cierto es que nunca dejé de haber perdido aquellas –viejas- tres monedas, así como, ahora, no he dejado de haber encontrado las –nuevas- tres monedas. Tampoco puedo dejar de lado que las monedas que perdí son ciertamente indignas, mi país ha decidido poner en sus monedas los logos-imagos (ideales, universales y simbólicos) de una serie de animales realmente desagradables. No está bien que una mulita sea la imagen de valor en un país... justo una mulita es algo frágil y débil, sometido al tempestuoso antojo de un casi cazador oriental (he sabido de gente que sale a matar mulitas por los montes, es incluso denomina al acto de balear a un animal-insecto-rata-tortuga-bicho completamente inofensivo “cacería”). Dicho sea de paso, la última moneda cuya acuñación se aprobó (valor $50) afirma en el dorso “Conmemorando el hecho bicentenario” ¿el hecho bicentenario? ¿qué es eso? ¿acaso saben de qué “hecho” hablan? Dicho así, tan al tanteo, le deja a uno la sensación de que no sabían de que hablaban, o de que no se atrevían a dar un dato específico, por miedo a pifiar.
Bueno, en mi dramática cruzada por la comprensión numismática accedí a un texto del no siempre bien ponderado JLBorges, en dicho texto se anuncia que la identidad de dichas monedas comporta una petito principi, en la que se da por sentado que algo es para luego concluir algo en base a lo antedicho. Trazar, entonces, una línea cronológica de la vida de una moneda, las manos y bolsillos en los que reposo, no hacen sino dar con un error lógico. La misma moneda puede tener diferente valor para diferentes contextos, personas, circunstancias o lapsos. Como aquel viejo euro checo que atesoro, que seguramente nunca soñó terminar en manos de una protocoleccionista uruguayo trasnochado.

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