La escala Richter

Max Richter: Vivaldi Recomposed, 2012 
La música de cámara se debate, como toda la música, entre varios géneros. A veces salen a la superficie creadores que dejan de manifiesto la incapacidad de esas taxonomías para dar un acercamiento completamente efectivo a lo que la música realmente es. Max Richter es uno de esos artistas complejos, que no pueden ser encasillados en un sólo estanco de la creación musical. En su último trabajo el compositor británico de origen alemán se tomó la tarea de reformular Las Cuatro Estaciones de Vivaldi dándoles una identidad completamente distinta.
Lo que hizo Richter difiere de lo que en música mainstream puede ser conocido como un simple cover porque en vez de sólo tomar las partituras y reproducirlas, hizo un proceso de copypasteo de dicha música, borrando o ampliando partes de la versión original de Vivaldi y creando así una nueva criatura, completamente distinta pero con reminiscencias constantes a Las Cuatro Estaciones que conocemos.
Recomponer al más conocido de los conciertos barrocos de Vivaldi significa, además de una demostración de valor que roza la locura de quien se arriesga, un solapamiento en los límites mismos de la música que no es para Richter más que parte de su obra. El músico ya ha trabajado en otros momentos impactando musicalmente sobre textos de Franz Kafka o Haruky Murakami, dando música y ambiente a los mismos.
La disputa entre armonía e invención a la que se somete Richter cuando toma una obra iconográfica de la música y la desarma para darle nueva forma y contenido entreverando conceptos y formas propias de la música Ambient y Electrónica, invitan a la reflexión sobre la obra como cosa en sí, sus límites y capacidades. Es más que añadir algunos contrapuntos y robustecer el desarrollo de la obra, es traer una versión de Vivaldi al siglo XXI, poniéndola bajo la égida de estructuras musicales modernas y completamente ausentes cuando El Cura Rojo compuso Las Cuatro Estaciones. Una revisita bienvenida por su carácter transgresor pero que también nos hace pensar sobre su esencia, sobre si sería acaso mejor dejar a Vivaldi y tantos otros quietos en sus cajones del siglo XVII y XVIII o si, por el contrario, el revisionismo y posterior aggionamiento de su obra es necesario por alguna razón, eso en el remoto caso de que la música en sí merezca una razón de ser.
Y si en Las cuatro estaciones la orquesta no actúa como mero fondo sobre el concertista, en la versión de Richter vemos amplificado el poder casi atmosférico del Fondo sobre la Figura. A punto tal que el Fondo mismo parece ser la Figura, invirtiendo roles y logrando que sea uno solo el que existe para acompañar la orquesta y no al revés.
Este énfasis propiamente minimalista en el que el Fondo supera a la Figura de la obra es propio de Richter, y puede hacernos recordar a Brian Eno o Philip Glass, músicos con los que Max Richter compartió escena durante 10 años en el Piano Circus, un conjunto de música clásica del que formó parte.
Deja la sensación de que se está frente a un músico inquieto que no pudo terminar de disfrutar una obra subyugante sin que su cabeza maquine la forma de resucitar lo nunca muerto, de generar una suerte de agradable trastorno de identidad disociativo a nivel musical, en Vivaldi. Las nuevas Cuatro Estaciones tienen un énfasis del ambiente tan marcado, por momentos histriónico musicalmente, que no se puede menos que imaginar escenas, películas, imágenes en movimiento, la sinestesia misma. Deja toda la sensación (más allá de que el compositor lo niegue decididamente) de que su experiencia trabajando con más de una veintena de films fue fundamental para concebir esa técnica de creación sinestésica. Richter tiene una vasta trayectoria como compositor de BSO entre las que se destacan Shutter Island (Martin Scorsese, 2010) y Waltz with Bashir (Ari Folman, 2008) que le supo merecer un premio como Compositor Europeo del Año.

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