Llanto pasado por la ventana de la memoria

Qué es todo esto de negar el dolor, de taparlo y forzarlo al exilio para por fin así, sí, olvidarlo de una buena vez y reducir el efecto surte sobre nosotros olvidar que lloramos. Los riesgos de olvidar el dolor son la pesadilla misma. Los limites de la voluntad se corren, se borran, no los controlamos, los delimitamos y nos arrepentimos.

A través de la memoria se cuela el llanto del pasado. Sus ecos resuenan en los recovecos de la habitación, susurran en cada rincón. El lamento melancólico y la risa afectada como reverberaciones de días que ya duermen.

Fluye agua como río en busca de su cauce perdido. Arrastra recuerdos como momentos que se desvanecen sin saber porqué, entre la bruma y alguna niebla del tiempo. Cada lágrima un testimonio silente de heridas saladas, cada gota de saliva proyectada desde tu risa enferma se ahoga en penas y desilusiones que marcaron una huella, profundo en mi.

A veces, el llanto pasado por la ventana de la memoria se transforma en un vendaval de emociones que me arrastra hacia la tristeza. A veces las lágrimas van en torrente incontenible, amenazando anegar mi presente o mi futuro.

Luego se desvanece, dejando tras de sí un espacio vacío, la nada misma, nada más que un suspiro nostálgico. Migas de memoria despreciadas por una vigilia ofendida y rabiosa que grita entre dientes "¡andate ya, no te quiero acá!". Por la ventana veo la lluvia desvanecer en la Avenida. Es un recordatorio de la fragilidad de la existencia, de la la fragilidad de MI existencia. Perecedero como todo aquello que amamos y perdemos, casi olvidando nuestra bendita capacidad de ser amnésicos selectivamente, nuestro don de sanar y encontrar fortaleza donde sólo hay un pozo de aire.

El llanto pasado en un testigo silencioso de nuestra experiencia, un post it de nuestra vulnerabilidad, pero también de nuestra capacidad de padecer, sentir, amar y encontrar un atisbo de belleza que consuele el falta don de vivir.

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