Cacharro que supo hacer cosas milagrosas


El DC-3 había surcado los cielos durante años. Sus alas habían sentido la brisa fresca del amanecer sobre las montañas y el calor sofocante de las tardes en el desierto. Había sido un avión noble, de aquellos que transportaban correo, soldados y esperanzas a lo largo de los años. Pero el tiempo no perdona, y con cada vuelo, el DC-3 sentía el peso de los años en sus remaches y la fatiga en su fuselaje.

En sus últimos días, fue relegado a vuelos cortos, casi turísticos, llevando a gente que quería experimentar la nostalgia de volar en una reliquia. Su pintura, que alguna vez brilló bajo el sol, ahora estaba deslucida, y sus motores, que alguna vez rugieron con fuerza, ahora apenas zumbaban.

Un día, llegó la orden. No habría más vuelos para el viejo DC-3. La pista que alguna vez fue su hogar se convertiría en un estacionamiento, y el espacio se necesitaba para aviones más nuevos, más grandes, más rápidos. Fue llevado a un aeródromo secundario, apartado del tráfico principal, donde fue despojado de sus instrumentos y partes valiosas.

Allí, en el rincón de un polvoriento hangar olvidado, se quedó. El viento del desierto soplaba suave, moviendo ligeramente los restos de su estructura. A lo lejos, los aviones modernos despegaban y aterrizaban, sin prestar atención al viejo pájaro de metal que alguna vez fue su predecesor.

Finalmente, un equipo de hombres vino con herramientas pesadas. Lo desmenuzaron pieza por pieza, sus alas fueron cortadas, su fuselaje dividido. Lo que quedó fue un montón de metal retorcido, llevado a un depósito de chatarra. El lugar estaba lleno de restos de otras máquinas que habían conocido días mejores.

El DC-3, o lo que quedaba de él, fue fundido y convertido en piezas para otros fines. Algunos fragmentos acabaron en autos, otros en estructuras que nunca conocerían el cielo. Así terminó la vida del avión que una vez había sido un rey de los cielos. Y aunque ya no existía en su forma original, las historias que había vivido se desvanecían lentamente, como el eco de un motor que alguna vez rugió, pero ahora estaba en silencio.

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