pesadilla


La ciudad se descascara como un hueso hervido,

en cloacas que sudan sermones de elegantes ratas 
mientras un ascensor sin cables sube hasta la mismísima garganta de Dios.

En la vereda, los perros leen periódicos vagabundos,
cada titular taladra una derrota distinta.
Un borracho bebe sombras de neón
vomitando relojes que nadie quiere poner en hora.

Los edificios bostezan con ventanas rotas,
un ritual de melancolía con gente esperando en fila india,
mientras camino con un cigarro apagado
que aún insiste en toser dentro de mi bolsillo.

La nostalgia es un grafiti borrado por la lluvia,
una pesadilla consume tus fluidos
y tu nombre escrito con sangre de aerosol
que ya no recuerda quién lo firmó.

En esta ciudad, amar es prender fuego a un maniquí
y esperar que alguien lo confunda con un cadáver.



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