Elogio del baldío
Cuando ante el
baldío, lo roto, el campo, la tierra reseca y abrupta,
ininterrumpida.
Cuando ante lo
destruido (o mejor dicho lo no
construido) agarramos y decimos “este
lugar es bueno para construir, acá no hay nada que tengamos que
derrumbar”. Es que el baldío no se
derrumba, se sustituye, se edifica. Invisibilizar lo antiestético es
una forma de decir algo, es una expresión de parecer, simpatía y
lógica, una lógica obsesiva y abrasiva de todo construirlo, aunque
no sepamos con qué llenarlo. Anestesiar el reflejo. Poner en duda lo
natural en nosotros es un cuestionamiento eterno ¿cuándo estamos en
condiciones de decir “esto es así”? negar el baldío es una
expresión mediocre de presente sin espesor, sin sedimentos, sin
ayer. Negar el baldío es negar la acumulación de los días que se
van zipeando en ese rincón mugriento, tanta memoria solapada en un
pedazo húmedo de tierra, links geográficos, hipertexto,
hipermemoria, hipergeografía, muchas cosas pasando en un mismo lugar
a la misma vez, un desborde acumulativo, una esquina que habla hasta
por los codos. Negar el baldío es suponer que nada aconteció ahí,
que el tiempo no interesa. Pero suponerlo con la veleidosa y torpe
sensación de que lo que vas a edificar ahí va a ser distinto, que
va a permanecer sin diluirse en la linealidad del lugar, que va a ser
una solución final, un veredicto concluyente. Paradoja y mobiliarios
nuevos, melodías de moda, snobismo y palabras TOP. Negar el baldío
o suponer que “es nada” equivale al infanticidio, un niño que
sin haber tenido pasado es, entonces, la nada, eso sobre lo que se
construye, la domesticación urbana. Amansar la ciudad, salvaje y, oh
no, incontrolable, baldía.
El baldío es
invisible porque así lo queremos, carece de valor porque no hay nada
en él pero en cualquier parte lo escaso vale más que lo abundante,
y en la ciudad el baldío escasea pero no vale nada, “está vacío”,
o no, no está vacío. Está lleno de analogía, de lo que somos,
algo que sobró, una inherencia, una casualidad ausente entre tanta
uniformidad, algo que puede ser edificado o aislado, habitado por
ratas o convertido en una plaza de juegos en medio de una cordillera
interminable de edificios cuadriculados, clonados, momificaciones,
numerosos cambios de piel de una misma serpiente urbana. El baldío,
señores, y vamos a escribirlo como si nos lo creyésemos, el baldío
es la esencia humana, analogía de que somos nada, espejo que no pega
en el forro de las bolas.
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