Somos tan poco que casi no existimos.


Con tiza molida delimité mis bordes, hasta entonces poco definidos. Comprendí que no puedo con todo, que no soy el héroe que creía ser, apenas un triste megalómano.
Me adapté a dejar correr la vida misma, a no detenerla. Admití que no poseo el control de mi vida ni de sus avatares. Al comienzo mete miedo (en la nada misma) pero luego afloja.
El padre de un amigo hace años sacó a pasear al perro de noche. Tropezó, cayó mal y quedó con muerte cerebral. Somos tan poco que casi no existimos.
Y ante todo, me convencí de que la única forma suprema de libertad es la emocional, no depender de tu contexto para sentir tan o cual emoción.
Hay que negar el desarrollo argumental de tu vida, emancipar la felicidad (o su ausencia) del contexto en que vivís es la forma máxima de libertad.

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