La mutación de lo decadente
Pequeñas certezas |
Señora Erika Chuwoki, responderé las preguntas a su último e-mail de la forma más concisa posible:
Dentro de mis consideraciones opino que los recitales de rock deberían ser siempre abiertos por un niño con un micrófono en la mano. Un niño en el escenario nunca puede fallar. Es una forma, además, de bautizar en la distorsión al pequeño, de predicar un hipno que me parece la piedra angular de ese entendido de que el rock forma parte de un plan educativo; la música correcta siempre es la que hace las preguntas correctas.
Ahora ¿Porqué editar un recital?, o como Ud me consultaba: ¿Qué tiene de diferente un disco grabado en un estudio de un recital tomado desde las consolas?
Ahora ¿Porqué editar un recital?, o como Ud me consultaba: ¿Qué tiene de diferente un disco grabado en un estudio de un recital tomado desde las consolas?
Intuyo que su pregunta es autótrofa. Es sencillamente el latido lo que lo lleva a uno, como a través de contracciones, a dar con una sintonía de música guionada para que el cerebro opere de manera autónoma.
Reconozco que Ud tiene un punto con eso de que "discos hace cualquier mamotreto, recitales solamente las buenas bandas". Es bien lo del pandemonio debajo del brazo, lo mismo que canta la canción, casualmente.
Reconozco que Ud tiene un punto con eso de que "discos hace cualquier mamotreto, recitales solamente las buenas bandas". Es bien lo del pandemonio debajo del brazo, lo mismo que canta la canción, casualmente.
Sospecho que en definitiva, lo más parecido a una respuesta para esa pregunta duerme la pesadilla de la noche en ese palimpsesto de guitarras montándose a horcajadas, trabajando como un funambulista baleado, astronauta ebrio.
Déjeme confesar sin demasiado rubor que considero que la banda que su opaca fundación apadrina es con mucha diferencia la más creativa de, como mínimo y por arriba de la pata, los últimos 10 años del rock nacional. Ha terminado creando una banda capaz de convertir a un camión repartidor de garrafas con el ringtone horrible ese de Para Elisa en un imponente gif musical que se te prende al hipotálamo como un xenomorfo abrazacaras que termina de componer esa criatura en el dialogo instrumental, en la ausencia de prefabricación y sala de ensayo, en el carácter ciegamente irreverente de quien pregunta lo que el resto prefiere olvidar.
Déjeme confesar sin demasiado rubor que considero que la banda que su opaca fundación apadrina es con mucha diferencia la más creativa de, como mínimo y por arriba de la pata, los últimos 10 años del rock nacional. Ha terminado creando una banda capaz de convertir a un camión repartidor de garrafas con el ringtone horrible ese de Para Elisa en un imponente gif musical que se te prende al hipotálamo como un xenomorfo abrazacaras que termina de componer esa criatura en el dialogo instrumental, en la ausencia de prefabricación y sala de ensayo, en el carácter ciegamente irreverente de quien pregunta lo que el resto prefiere olvidar.
La distorsión patina eterna sin fosilizarse, el sonido en vivo es menos sinusoidal, reverbera distinto y se permite poner medio brazo sobre la plancha hirviendo, admite que tener errores otorga cierta originalidad y no un caracter perverso. En la guitarra que desafina, como en la vida, reside un fatuo lapso donde dejamos de reflejar una imagen estúpida de nosotros sobre la superficie de un # repetido y cansado, un Me Gusta encallecido y un RT que a nadie interesa pero por alguna razón todos chequean. Ver a una buena banda en vivo te permite entender que el error tiene preponderancia sobre lo liso, plano y edulcorado. Que la comunicación es mucho más que ordenar palabras para que suenen bien.
Que tus fuckultades se vean alteradas y tu cabeza no pueda hacer contacto es la finalidad de editar un recital completo. Porque como cierran durante Ridiculum Vittae:
Estamos hartos
no nos importa
si seca la fuente laboral
buscamos algo mucho más alto
(tra)subir la cuesta
ver más allá y no (tra)bajar más.
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