Krist Novoselic, el Deus Ex Machina de Kurt Cobain
Texas no es un Estado más en el país norteamericano. Los tejanos tienen un profundo sentimiento independentista arraigado, producto de su historia. Integrado a la unión recién sobre 1850 con la firma del leonino tratado de Guadalupe Hidalgo, previo esta firma Texas era un territorio mexicano en el que reinaba una especie de Estado Fallido, el cual generó profundas movilizaciones que sirvieron como excusa para una anexión estadounidense. Esta sensación de no pertenecer en su momento a México se arrastró en muchos habitantes del Estado, que tampoco sienten pertenecer a los Estados Unidos. En este contexto, la llegada de unos punkies venidos del norte (Seattle queda en Washington, Estado ubicado en la frontera con Canadá…) era siempre vista como la llegada de algo foráneo, y no sólo eran unos punkies, al parecer eran intrusos a los que no les importaba romper todo a su paso. No daba lo mismo que la provocación venga desde el norte sino que era vista como la típica actitud de un citadino irrespetuoso y soberbio.
El del 19 de octubre de 1991 no sería un recital más para los Nirvana. El club Trees, de Dallas, Texas, estaba convulsionado con una bandita punk que hace meses nada más había editado esa revolución que fue el Nevermind. La banda todavía no era masiva pero en este recital ya había casi tantas personas dentro como fuera del club. Un extraño pero frecuente comienzo con L’Amour Est Un Oiseau Rebelle (de Bizet) abrió el recital. Varias reseñas coinciden en que Kurt Cobain estaba prácticamente intoxicado por la ingesta de whisky mezclada convenientemente con una fuerte dosis de medicación antigripal. Antes de comenzar, regalaron unos 50 posters de la banda en los cuales Kurt en vez de poner su firma, garabateaba durante largos minutos precarios dibujitos o consignas del tipo «ser gay no es una enfermedad». Entre esa batería inicial de canciones pueden oírse ‘Jesus Wants Me for a Sunbeam’ (cover de un tema de The Vaselines, una de las bandas preferidas de Cobain…), ‘Rape Me’ y ‘Pennyroyal Tea’… Hablamos de que estas últimas dos canciones «el mundo» las conocería recién en 1993 con In Utero, pero la banda las venía tocando esporádicamente desde mediados de 1990.
A los pocos minutos de comenzar, Cobain comienza una larga discursión con el sonidista del club, quejándose porque no podía oírse mientras tocaba la guitarra. El tema va subiendo de tono y en un momento Kurt golpea la consola de sonido con su guitarra, dañándola y generando que en varias de las fotos del recital la misma aparece tapada por un pallet de madera, en un intento improvisado de protegerla de otro eventual ataque de ira de ese petiso borracho.
Así es como Cobain se la pasa un buen rato enajenado fajando los monitores con su guitarra y al caos habitual que eran las presentaciones de la banda, le suma un poco de vandalismo, valuado en los más de 4.000 dólares que valía la consola. Kurt completa su actuación tirando patadas a algunos fans que suben al escenario para hacer stage diving y entre insultos canta hermosas canciones, como siempre. Estamos hablando de un público de aproximadamente 1.000 personas y de que la primera fila estiraba el brazo y tocaba a los músicos… Durante esos años Nirvana llegó a tocar en habitaciones durante fiestas escolares, y el único denominador en común siempre es un profundo nivel de improvisación y descontrol. Lo más curioso del recital es que durante ‘Love Buzz’ (que no es un tema de Nirvana, es un cover de Shocking Blue, banda neerlandesa…) Cobain intenta un stage diving (lo hacía todo el tiempo) fallido. Queda en un mar de fondo, zamarreado por un patovica y retenido por el público. Entre su estado de profunda ebriedad, el cabreo que venía desarrollando y los empujones, Cobain no tuvo mejor idea que pegarle un guitarrazo en la cabeza al patova, abriéndole un corte que luego merecería 13 puntos de sutura. El patovica no era otro que Turner Scott Van Blarcum, músico del ambiente under de Texas. Turner no era especialmente famoso por ser un tipo indefenso y le devolvió gentilezas con un cross directo al mentón. Cuando todo parecía salirse de control aparecieron como un Deus Ex Machina los dos metros de estatura de Novoselic, bajista de Nirvana, nunca tan valiosos en un recital. Y tras eso tuvieron que bajar del escenario durante un buen rato, mientras retiraban al patovica del lugar. Dave Grohl recuerda literalmente ese recital «como algo que deseo conservar en mi mente para poder contárselo a mis hijos». En tanto, Turner esperó a Cobain afuera del club, al mejor estilo escolar, jurando y perjurando que mataría a ese rubio enano que les había roto la consola de sonido. El recital luego recuperó vigor, con un Cobain tal vez más espabilado y por eso, concentrado en la canciones. Cuando todo había terminado, el propio cadenero relató haber perseguido el taxi que sacaba a la banda del lugar, e incluso romper una ventana del mismo de una piña, mientras Cobain desde dentro del vehículo le hacía una señal de paz.
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