De cómo la cercanía/lejanía modifica las emociones

Dice Noah Harari en Homo Deus que en 2010 la obesidad y enfermedades asociadas a ella mataron 3 millones de personas, mientras que los terroristas mataron 7.697, la mayoría en países en subdesarrollo. Añade que para un norteamericano o europeo medio, la Coca Cola supone una amenaza mucho más letal que Al Qaeda.
Pero... ¿Por qué el terrorismo genera lo que genera?

La explicación de Harari

Sobre el terrorismo también hay reflexiones muy interesantes de Marc Augé, autor de Los No Lugares, que habla de los espacios de anonimato. En su libro desarrolla dos hilos conceptuales súper atractivos; uno de ellos vincula lo que él llama "planetarización", que vendría a ser lo que nosotros coloquialmente conocemos como globalización pero con un enfoque netamente mediático, la omnipresencia de la información. Lo que hace 30 años tomaba días en difundirse y llegar de punta a punta del globo hoy sucede, es masificado y detallado en tiempo real. Si el 9/11 hubiese sido hoy, ya tendríamos decenas de vídeos en primera persona, de víctimas filmando su muerte, ni hay que ir 30 años atrás. La "planetarización" borronea la distancia y acerca las puntas de algo que antes no se conectaba. Estamos en el esplendor de La aldea global, aquella que mencionaba Mcluhan, donde es más fácil saber si hubo un atentado a 100.000 Kmts que saber si a dos cuadras de tu casa chocó un auto.

Efectos de la planetarización 

El terrorismo tiene más poder, porque el terror lejano hoy se siente como propio, como terror conectado que tendrá ramificaciones. Y como el terrorismo es un show, y hoy es muy fácil montar uno masivo, el efecto del atentado - el terror, pues - está asegurado. El fracaso de un terrorista sería pasar inadvertido, cometer un atentado y que nadie lo difunda, nadie informe, nadie promueva (con o sin intencionalidad) el pánico que el atentado produce. 
Un apagón digital apagaría el pánico terrorista. Asimismo, el efecto del atentado, dice también Augé, se asegura cuando lo que se ataca es el Espacio Público. Un atentado no tiene que ser en un Banco sino en una plaza, porque la plaza no es de nadie, es de todos, y si atacás a todos atacás mejor.
El engaño del atentado es ese: todos estamos regalados, "a todos nos puede pasar". Y el contexto hace que, si el atentado es en el mundo occidental, lo sintamos más cerca que nunca, aunque haya sido en otro país o continente.
Dónde seguimos sintiendo esa distancia y el terror no nos llega ni un poquito, es con los atentados fuera de occidente. No es que no nos importen esas muertes, es que ni nos enteramos. Como nadie las difunde masivamente, no llegan: "El atentado no ha tenido lugar", diría Baudrillard, no tiene efecto.
Y por ahí, como quien no quiere la cosa, juega en cierta forma aquello que alguna vez escribió Adam Smith en el S XVIII: 
“Supongamos que el gran imperio de China, con sus miríadas de habitantes fuera engullido súbitamente por un terremoto, consideremos cómo reaccionaría un hombre en Europa que no tuviera ninguna conexión con aquella parte del mundo al recibir esa noticia. En primer lugar imagino, expresaría de manera inequívoca su tristeza por la desgracia de ese infeliz pueblo (...) también entraría quizás, en muchos razonamientos concernientes a efectos que este desastre podría producir sobre el comercio en Europa. Cuando toda esta excelente filosofía hubiese terminado, cuando todos estos humanitarios sentimientos hubiesen sido expresados suficientemente, continuaría con sus asuntos o sus placeres, tomando su reposo o su ocio con la misma calma y tranquilidad. El desastre más frívolo que pudiera acaecerle ocasionaría una alteración más real. Si fuera a perder su dedo meñique mañana, no dormiría esta noche; pero, siempre que no pudiera verlos, roncaría con seguridad tras la ruina de 100.000.000 de sus semejantes"

Nos concentramos en lo que podemos resolver

Smith abre una rama de la economía que es psicológica, en la que entran en juego factores como la cercanía o la similitud entre los acontecimiento y la persona. Esto es determinante para los estudios de mercado, dónde y cómo se pone el dinero. Diferentes experimentos han demostrado que tendemos a donar más dinero si se nos dice que el beneficiario será un niño que se muere de hambre que si se nos dice que serán, por ej, ocho. Según los experimentos la proporción sería: 
  • 11 $  para 1 niño 
  • 5 $ para 8
¿por qué, somos tribuneros? ¿nos emociona "la historia de vida" cuando tiene una cara y cuerpo? Tal vez haya algo más debajo de ese dato de economía psicológica
Stuart Mill amplió a Smith, creó el "Homo œconomicus" un humano que determina que su aporte por pequeño que sea, es más decisivo cuando va dirigido a una sola persona que cuando tiene que ser dividido entre muchas.
Una 2ª versión del experimento ofrecía opciones: 
  1. Donar cantidad a niña famélica de la que se mostraba foto. 
  2. Donar cantidad para miles de niños famélicos. 
  3. Donar cantidad para la niña de la foto, tras ser informados de la existencia de miles de niños famélicos.
En el primer caso se donaron 2,25  de media. En el segundo, 1,15  En el tercero, 1,40. 
Parte de esta lógica de economía psicológica la vemos en la famosa teletón, donde se "elige" el "niño teletón", particularmente conmovedor y discapacitadísimo. Está claro que así como tenemos el fumador social o al fumador pasivo, también tenemos al donador social, un tipo que sólo dona para contarle al mundo que lo hizo; o algo donador pasivo, que no tiene dinero pero se suma con su mejor sentimiento a donaciones (un niño, por ej.). Del mismo modo, y como toda abundancia pasa rápidamente a ser exceso, tenemos al donatómano, un tipo cuya nicotina es darle al resto, y dar sin terminar de entender bien porqué. Dar "porque está bien dar". Todas estas cuestiones que detallamos en el post me parecen relevantes más como pregunta que como respuesta. 

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