La piñata y el capitalismo estructural
Ya se ha esbozado, muy básica e idiotecamente, la idea de que el juego de los niños corriendo en torno a la silla es una perfecta metáfora del mundo actual, en el cual siempre hay una silla menos que la cantidad de competidores, lo cual genera una competencia (no siempre leal, hay niños que empujan...) en la cual no hay opción para la convivencia pacífica y cada uno tiene que hacer que el otro pierda para poder ganar.
Con motivo de la no muy sana situación de ver a unos 15 niños amontonados en torno al contenido de lo que supo ser una piñata tuve la idea (sensación, poco creativa en realidad y que no le salva la vida a nadie pero igual vale la pena) de que nuevamente el mundo infantil nos pone delante de una metáfora de ese tipo.
Pelear por la dulce carroña para tupirse lo más posible de una cantidad de caramelos que difícilmente un solo niño pueda comer en un tiempo razonable aparece como una nueva expresión (que denuncia al mismo tiempo que educa) del carácter individualista de la sociedad occidental, en el cual cada uno debe pelear por lo suyo a pesar del de al lado, que puede ser nuestro amigo, colega o enemigo, tanto da, tenemos que tener más y para eso es indispensable que el resto tenga menos.
Los caramelos son limitados, el deseo (intensificado, hiperbólico, vitoreado) es ilimitado, las expectativas nunca van a estar satisfechas. Un niño puede considerar que su cosecha después de una piñata es buena, pero siempre se va a sentir perturbado por la (molesta) idea de que el niño de al lado fue más hábil (o algo así) y consiguió más caramelos. Un alto porcentaje de esos caramelos va a morir en la basura, rancio y ácido después de una semana dentro de una bolsa plástica de un blanco tan blanco que parece tóxico y satinada con imágenes de payasitos diabólicos celebrando no se sabe bien qué cosa. Lo que importa no es tanto para qué se va a usar esos caramelos, si se los va a disfrutar o tirar, importa más decir que conseguiste más caramelos que el resto, el miedo a la frustración es capaz de hacer que un niño diabético luche salvajemente por esos caramelos que luego no va a comer, porque lo esencial no es comerlo, lo esencial es jactarse de haberlos obtenido.
Con motivo de la no muy sana situación de ver a unos 15 niños amontonados en torno al contenido de lo que supo ser una piñata tuve la idea (sensación, poco creativa en realidad y que no le salva la vida a nadie pero igual vale la pena) de que nuevamente el mundo infantil nos pone delante de una metáfora de ese tipo.
Pelear por la dulce carroña para tupirse lo más posible de una cantidad de caramelos que difícilmente un solo niño pueda comer en un tiempo razonable aparece como una nueva expresión (que denuncia al mismo tiempo que educa) del carácter individualista de la sociedad occidental, en el cual cada uno debe pelear por lo suyo a pesar del de al lado, que puede ser nuestro amigo, colega o enemigo, tanto da, tenemos que tener más y para eso es indispensable que el resto tenga menos.
Los caramelos son limitados, el deseo (intensificado, hiperbólico, vitoreado) es ilimitado, las expectativas nunca van a estar satisfechas. Un niño puede considerar que su cosecha después de una piñata es buena, pero siempre se va a sentir perturbado por la (molesta) idea de que el niño de al lado fue más hábil (o algo así) y consiguió más caramelos. Un alto porcentaje de esos caramelos va a morir en la basura, rancio y ácido después de una semana dentro de una bolsa plástica de un blanco tan blanco que parece tóxico y satinada con imágenes de payasitos diabólicos celebrando no se sabe bien qué cosa. Lo que importa no es tanto para qué se va a usar esos caramelos, si se los va a disfrutar o tirar, importa más decir que conseguiste más caramelos que el resto, el miedo a la frustración es capaz de hacer que un niño diabético luche salvajemente por esos caramelos que luego no va a comer, porque lo esencial no es comerlo, lo esencial es jactarse de haberlos obtenido.
Comentarios