Masacre de Napalpí
A fines del siglo XIX, el Estado argentino proyectó su expansión, para la cual consideró necesario someter a los Pueblos Originarios del norte de su territorio. Para desarrollarla llevó adelante varias matanzas, este post refiere en concreto a una: Napalpí
Context
Tras apropiarse de esos Territorios se promovió la instalación de empresas que se desarrollaron con estructuras laborales basadas en el esclavismo. Con la finalidad de consolidar todo este poder es que se hicieron varias campañas militares. La llamado Consquista del Desierto del Norte sobresale por su efectividad y fama. Desde entonces, distintos destacamentos mantenían a raya a los vencidos.Con ese excipiente es que Argentina se volvió potencia económica en la región. Hoy algunos nostálgicos añoran esas épocas con frases como “hace 150 años éramos potencia mundial” pero es importante tener conciencia de que están hablando de esto, no de otra cosa.
Napalpí
Huelga
En 1924 las comunidades Qom y Mocoiqt de Napalpí se declararon en huelga para denunciar los aberrantes tratos y la sobreexplotación que patrones y terratenientes ejercían sobre ellosMural honorífico |
Como castigo por hacer una huelga, Centeno dispuso que los nativos debían entregar el 15% de su producción de algodón sin recibir nada a cambio. Para protestar frente a esa quita, los aborígenes planearon marchar hacia ingenios azucareros del Chaco, Santa Fe, Salta, Tucumán y Jujuy. La situación amenazaba con generar contagios en cadena y poner en crisis (si ya no lo estaba) todo un sistema de producción basado en
Centeno, gobernador y productor, espantosa yunta para una situación así, prohibió a los aborígenes abandonar el Chaco, y para ejecutar su decisión ordenó una de las más crudas e inciviles represiones de las que el Estado argentino tiene registro. Napalpí, que en Qom significa "lugar de los muertos", hoy es recordada por las fosas comunes que la ambición y el atropello de los estancieros dejaron bajo tierra.
Represión
El 19 de Julio, unos 130 hombres, entre policías, estancieros y criollos rodearon el campamento aborigen armados hasta los dientes y cuando los nativos celebraban una ceremonia religiosa, interrumpieron a los tiros. Miles de disparos, decapitaciones y hasta bestiales amputaciones de testículos, penes y orejas posteriormente exhibidos en la comisaría de la cercana localidad de Quitilipi.“Hubo un cuervo blanco que arrojó fuego”, dijo una sobreviviente |
Además de la muerte de los indígenas hay que pensar en la
Mataron tanta gente “que los cuervos dejaron de volar por semanas, porque seguían comiendo cadáveres”, dice Alejandro Covello, cronista e investigador del tema.
Consecuencias
“La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presente en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados.”
Unos años después, el periódico Heraldo del Norte recordó el hecho:
“Como a las nueve de la mañana, y sin que los inocentes indígenas hicieran un solo disparo, [los policías] hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad.”
El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) encontró restos óseos humanos y fosas comunes en la zona. La memoria oral y colectiva del pueblo QOM fue fundamental para reconstruir la situación. Sobre todo el trabajo del historiador Juan Chico, nacido en Napalpí.
Pedro Balquinta, otro sobreviviente de ese día, vio morir a toda su familia delante de tu ojos con sólo 7 años de edad. En esa oportunidad, Pedro escapó junto a su hermana, dos años mayor, que cayó fulminada de un tiro antes de poder concretar su escape. Otra familia que también escapaba de la masacre se lo llevó y los crió desde entonces. Desde 2012 el Estado argentino reparó simbólicamente a Pedro con una pensión.
Un plan de exterminio
Napalpí estuvo lejos de ser una excepción en la época. En ella el gobierno era de los radicales, pero repasemos algunas matanzas más que el Estado argentino organizó por esos años. Durante la década infame los militares hicieron lo suyo y una tercera matanza sucedió durante gobierno de Juan Domingo Perón, porque esto fue política de Estado, no un problema de partidos, y es importante revisarlo así. En el libro La violencia como potencia económica: Chaco 1870-1940, Nicolás Íñigo Carrera dice que “los aborígenes de la zona chaqueña vivían sin la necesidad de pertenecer al mercado capitalista. La violencia ejercida hacia ellos, por vía política con la represión y por la vía económica, tuvo como objetivo eliminar sus formas de producción y convertirlos en sujetos sometidos al mercado”. Se los privó sistemáticamente de todo aquello que les permitía sobrevivir para irlos forzando progresivamente a ingresar en un mundo occidentalizado, con horarios, billetes y otro tipo de rutinas que nada tenían que ver con su cultura.
Zapallar
1933, 9 años después de Napalpí sucedió la matanza del Zapallar, cuando un integrantes de las comunidades Mocoví y Qom se dirigieron hacia El Zapallar (actualmente Gral. José de San Martín, provincia de Chaco) para pedir alimentos.
Las adversidades climáticas habían desatado una hambruna en estas comunidades, que marcharon encolumnadas con los niños por delante, las mujeres luego y ancianos con hombres al final. La respuesta fue una dura represión policial que se saldó con decenas de muertos y heridos, sin medir si se trataba de niños, mujeres y hombres. Los periódicos de la época hablaron de “malón aborigen” y minimizaron la matanza. Crónicas recogen datos que hablan más del miedo del hombre blanco frente a los nativos, actuando como detonante para la agresión salvaje frente a quienes sólo pedían ayuda.
Tonkiet, renombrado Luciano Córdoba por los criollos, era un chamán Oñedié muy reputado en la comunidad local, curaba sin cobrar. Instalado en La Bomba sanaba enfermos con una mezcla de oraciones evangélicas y la religión de sus ancestros.
Hacía subir a los enfermos a un estrado donde varias personas rezaban por su salud. Las prácticas médico-religiosas de Tonkiet también ayudaban con las memoria de las invasiones militares, digamos que sanaba traumas, hablando en criollo y suponiendo que lo que hacía no era un pseudociencia. Su fama atrajo hacia su santuario en Rincón Bomba a cientos de personas que peregrinaron durante varios días. Frente a la cantidad de gente que se agolpaba las autoridades temieron por un levantamiento nativo e idearon un plan de terminar con ellos.
La represión se prolongó durante 3 semanas, usaron rifles y ametralladoras. Gendarmería Nacional volvió a hablar de “malón” pero fue un fusilamiento donde las únicas víctimas fueron los aborígenes.
Muchos de ellos fueron perseguidos monte adentro, los encontraban y procedían a ejecutarlos. Los que tuvieron suerte y pudieron escapar en casi todos los casos murieron por falta de atención médica, hambre o sed. A los hombres los fusilaban, a las mujeres las violaban; porque matar es cosa de hombres, porque violar es cosa de hombre. Cientos de detenidos fueron trasladados para ser usados como esclavos en colonias, que funcionaron como campos de concentración en una época de totalitarismos nacionalistas.
Las adversidades climáticas habían desatado una hambruna en estas comunidades, que marcharon encolumnadas con los niños por delante, las mujeres luego y ancianos con hombres al final. La respuesta fue una dura represión policial que se saldó con decenas de muertos y heridos, sin medir si se trataba de niños, mujeres y hombres. Los periódicos de la época hablaron de “malón aborigen” y minimizaron la matanza. Crónicas recogen datos que hablan más del miedo del hombre blanco frente a los nativos, actuando como detonante para la agresión salvaje frente a quienes sólo pedían ayuda.
Rincón Bomba
Varios años más tarde hubo otra masacre, Rincón Bomba. Fue en 1947 en Formosa y el Estado argentino asesinó cientos de hombres, mujeres y niños del pueblo Pilagá.Tonkiet, renombrado Luciano Córdoba por los criollos, era un chamán Oñedié muy reputado en la comunidad local, curaba sin cobrar. Instalado en La Bomba sanaba enfermos con una mezcla de oraciones evangélicas y la religión de sus ancestros.
Hacía subir a los enfermos a un estrado donde varias personas rezaban por su salud. Las prácticas médico-religiosas de Tonkiet también ayudaban con las memoria de las invasiones militares, digamos que sanaba traumas, hablando en criollo y suponiendo que lo que hacía no era un pseudociencia. Su fama atrajo hacia su santuario en Rincón Bomba a cientos de personas que peregrinaron durante varios días. Frente a la cantidad de gente que se agolpaba las autoridades temieron por un levantamiento nativo e idearon un plan de terminar con ellos.
La represión se prolongó durante 3 semanas, usaron rifles y ametralladoras. Gendarmería Nacional volvió a hablar de “malón” pero fue un fusilamiento donde las únicas víctimas fueron los aborígenes.
Muchos de ellos fueron perseguidos monte adentro, los encontraban y procedían a ejecutarlos. Los que tuvieron suerte y pudieron escapar en casi todos los casos murieron por falta de atención médica, hambre o sed. A los hombres los fusilaban, a las mujeres las violaban; porque matar es cosa de hombres, porque violar es cosa de hombre. Cientos de detenidos fueron trasladados para ser usados como esclavos en colonias, que funcionaron como campos de concentración en una época de totalitarismos nacionalistas.
“Producto de ello y de una sistemática opresión, las generaciones posteriores de los pueblos Moqoit y Qom sufrieron el trauma del terror, el desarraigo, la pérdida de su lengua y cultura”.
En ese entonces fue relevante ya que se trató de la primera vez que un poder del Estado reconoció de forma oficial el genocidio indígena como proceso histórico. No es una opinión, lo dijo la justicia. Así fue como, en 2020, la Cámara Federal de Apelaciones de Resistencia dictó sentencia definitiva dictaminando que estamos frente a un crimen de lesa humanidad. El Estado argentino resultó condenado a pagar una indemnización y destinar millones de pesos en inversiones públicas favoreciendo la etnia Toba.
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