El culto a ser uno mismo
Vivimos en la era de la autenticidad. Todo nos grita: "sé vos mismo", incluso como para hacerlo parecer algo muy emancipador, ¿no?.
Pero hay una trampa escondida en esa frase que pocos ven. ¿Quién es ese “vos mismo” que se supone que debo ser? ¿Es mi esencia? ¿Mi instinto? ¿Mi infancia? ¿Mi algoritmo?
Lo que nadie te cuenta es que, en una cultura de consumo, el "yo auténtico" se vuelve una marca, un producto más. Una estética. Una personalidad que debe ser coherente, vendible, reconocible y, sobre todo, mostrable.
Y así, sin notarlo, convertimos la autenticidad en otro deber más. Tenés que ser auténtico, pero sin contradecirte. Tenés que ser vos mismo, pero también gustar. Tenés que mostrarte vulnerable, pero sin perder el control. Tenés que encontrar tu voz, aunque te la dicten desde afuera.
La paradoja más grande es que nos pasamos la vida intentando ser nosotros mismos… sin nunca sospechar que ese “yo” fue moldeado desde afuera.
¿Y si ser uno mismo no fuera un destino, sino una pregunta constante?
¿Y si el verdadero yo no estuviera en lo que mostramos, sino en lo que no sabemos decir todavía?
Tal vez haya más verdad en una contradicción que en una coherencia cuidadosamente editada. Tal vez la autenticidad real sea, a veces, tener el coraje de no saber quién carajo sos. Tal vez lo único que sea relevante sea la acumulación de actitudes que vas teniendo a lo largo de esa masa informe que llamamos "vida" y sucede más por inercia que por tener un sentido o alguna pauta demasiado clara. Porque mientras buscás tu "verdadero yo", puede que ya lo hayas perdido en el intento de andar por ahí exhibiéndolo.
.jpeg)




Comentarios