El negro jefe

Su nombre era Obdulio Jacinto Muiño Varela, pero usaba el apellido de su madre por casi no haber tenido trato con su padre en toda su vida. Tuvo una infancia signada por la más feroz pobreza y una juventud en la que el alcohol fue su único refugio. Su padre era hurgador de basura, la familia vivía en la marginalidad y él tuvo que salir a vender diarios sin terminar su tercer año escolar. Cuando creció, los mostradores de los bares lo atraparon. A ellos debió su primer apodo, “vinacho”, y un intento de suicidio en las aguas portuarias. Los excesos, sin embargo, no hicieron mella en su físico y y en 1936 inició su carrera “profesional” –es un decir- en el club Deportivo Juventud, que militaba a los revolcones en las cancha peladas de la división Intermedia. Era por entonces peón de albañil y no sabía lo que eran las prácticas ni la gimnasia ni el cuidado de su cuerpo. Dos años después pasó a Wanderers, a la selección, y de allí a Peñarol. Cuando Maracaná lo convirtió en leyenda, tenía treinta y tres años, y una personalidad avasallante puesta a prueba en la huelga de los jugadores de fútbol del año 48. La noche de Maracaná salió a festejar solo por los boliches de Río, y al día siguiente se negó a asistir a la recepción en la Embajada de Uruguay, “porque ese no es lugar para un negrito pobre”, dijo. Convencido de que la fama era una carga, Obdulio Varela escapaba a los protagonismos, y sin duda por eso, su trato con la prensa nunca fue fluido. Tres años después de Maracaná, había obligado a un enviado de la Revista O Cruzeiro a esperarlo cinco días en la puerta de su casa, antes de recibirlo para luego negarle una entrevista porque lo habían tratado de salvaje años antes por ponerse de espaladas cuando le iban a tomar una fotografía. Palabras de César di Candia en Grandes Entrevistas Uruguayas. Entrevistado por Franklin Morales para el Diario Hechos, en Montevideo, el mayo 1968, 18 años después del maracanazo, dijo.
Obdulio Varela - …Para mi el mejor fútbol del mundo es el brasileño, por vistoso, por ágil. Algunos jugadores parecen bailarines. Me acuerdo de Didí, muchos años después. Venía con la pelota y uno no sabía dónde meterse. La traía con las dos piernas y venía cimbreándose. Bueno en el 50 había varios Didí. Franklin Morales- ¿y entonces? OV- ¿entonces qué? FM- Ese dos a uno, esa copa. OV- ¡Se habrán equivocado ellos! Por eso ganamos, uno no sabe. No hicimos nada, ganamos porque nos quedamos callados, mudos. FM- ¿callados? OV- Bueno, es un decir. Estaba bravísimo el asunto. Era una máquina Brasil. ¡pensar que después del partido echaron a Flavio Costa (DT)! Yo lo quise traer a Peñarol pero costaba un disparate. FM- Así que la gloria es una mentira. OV- Métaselo en la cabeza, ganamos porque ganamos, nada más. Nos llenaron a pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces y solo ganamos esa. Adelante fracasaron todos, menos Ghiggia y Julio Pérez. Schiaffino tuvo la suerte de hacer un gol. El Omar fue siempre un caprichoso enorme, un jugador lindo para ver. La defensa era fuerte. Tuvimos la fortuna de Matías Gonzáles atrás. Una barbaridad. El “mono” (Schubert Gambetta) también. Ellos sintieron el rigor. Hasta cambiaban de color… nosotros les habíamos ganado cuatro meses antes en San Pablo y ellos no se habían olvidado, a pesar del barullo. Y en el fútbol conocer a los hombres vale mucho: en Maracaná lo aprovechamos bien, fuimos a la cancha a darles unas cuantas de entrada. Por ahí nos infiltramos.
Comenta que a la noche, después del partido.
OV- después del partido, en el hotel hubo una fiesta enorme y dieron la orden de que no saliera nadie. 1qué me van a sacar la libertad ahora! Ahora mando yo. Le pregunté a don Américo Gil (dirigente) qué se podía hacer allí y me dijo que hiciera lo que quisiera. Los dirigentes se fueron a un cabaret y querían tenernos encerrados. ¡por favor! con matucho (Matías Gonzáles) quedamos dueños de todo y empezamos a tomar vino. Y otra botella. Y otra botella. Y otra botella. Yo estaba para cualquier cosa. Después salimos a caminar y llegamos a la cervecería de un amigo. Ahí me encontré con todos los cronistas que estaban cenando. Me presentaron a periodistas de Francia, Italia, ¡qué se yo! Nos invitaron a pero fuimos a sentarnos en el mostrador y empezamos con la cerveza. Al rato pedí un par de frankfurters, cuando nos íbamos le digo a matucho “bueno, pagá vos que yo no traje plata”. “yo tampoco” me dijo, no teníamos un centésimo. Menos mal que eran amigos, quedamos en pagar al otro día. En eso cae un grupo de brasilerños que habían venido a hablar del partido con el dueño. “que yogador ese obidulio” ¿saben quién es ese?, les dice el dueño. “el mismísimo obidulio” se pusieron a llorar…
cuando ganó en Maracaná vivía en una casa en Cap. Vidiella y Soca. Y estaba casado con una inmigrante húngara a la que apodaba “rusita”. La nota siguió:
FM- ¿qué diría a los jugadores que van a un mundial? OV- ¿usted cree también que es una “fiesta deportiva”? entonces es un lírico. Un mundial es la guerra, donde vale todo. Si puede sacar a un individuo de una patada en el pecho, hágalo nomás.

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