Bird Machine, de Sparklehorse: AntiRéquiem

Se acaba de editar Bird Machine, primer disco póstumo de Sparklehorse, a 13 años del suicidio de su creador, Mark Linkous
Fue triste que Mark Linkous se haya muerto justo en sus mejores años musicales. Pero todo parece cobrar sentido ahora que apareció este disco póstumo que el bueno de Sparklehorse había dejado enhebrado y anestesiado entre cajones y papeles. La usual combinación de sonidos traídos del folk y rock ahora recupera una melancolía necesaria que se expresa en forma de country psicodélico, el género que este mago oscuro se dedicó a conjurar durante unos 10 años en los que nos alimentó con poesía dentada y slowcore pegajoso. 
Con la paciencia propia de un araña, Bird Machine esperó su cuarto de hora durante más de una década en la que Matt, hermano de Mark, fundamental para el disco, trabajó lentamente, considerando cada detalle. La producción estuvo a cargo del mítico Steve Albini, quien junto a la familia de Linkous dio forma a las 14 canciones que componen la placa. 
Sparklehorse salió ileso de discos más complejos que Bird Machine, esta vez las influencias parecen estar a un volumen más elevado. Matt recuerda que “por esos años, él estaba escuchando The Kinks, MF Doom, Grandaddy, y the Beatles” y también tiene en su memoria alguna charla en la que su hermano le dijo que “quería hacer un disco más pop, sonando como Buddy Holly". Así fue como entre él y Melissa, su pareja, montaron esta máquina de hacer pájaros, que tiene un nombre parecido a la de Charly García, con la que comparte el espíritu rupturista. 

Quedate tranquilo, Mark

‘It Will Never Stop’ es el primer pájaro de la máquina; un pop punk enclaustrado en distorsión, efectos sencillos y notas lo-fi tapizadas de zumbidos, que como abejas metálicas van creando melosas texturas artificiales, miel sintética. Luego vienen 8 canciones que podrían ser una sola y extensa súper-canción, casi una invitación a la vida eterna. En ellas los compases lastiman con la precisión de un ave de presa y dejan rastros de ternura como cicatrices vivas en medio de un funeral que no tiene la típica BSO de uno. 
Bird Machine acierta en todo, y no es poco. Porque hay que estar a la altura de un disco póstumo, no se trata (o no debería tratarse) solamente de compilar un puñado de canciones inéditas (a veces ni eso...) y tirarlas disfrazadas con un montón de plumas coloridas para ver si algún nostálgico se enamora de nuevo de un artista que jamás tendrá tiempo de putear por lo que hicieron con su legado. La fragilidad del ser humano radica, precisamente, en que nunca sabemos cuándo será nuestra última oportunidad de hacer algo evocador. Me permito dudar que Mark lo haya tenido claro cuando dejó este disco casi terminado. Pero aún así resulta absurdo creer que este es el álbum que Sparklehorse habría hecho, como resulta absurdo salir indemne de su azote, con todo lo que genera, quizá con el último gran hechizo sinestésico de canciones sedatorias que vamos a escuchar en mucho tiempo. 
"Listen to the Higsons" quiebra el disco en dos y da comienzo a un cierre electrizante. Tiene fuerza de un hit y luminosidad de himno; y funciona como metonimia para un álbum que, ante todo, es un antirequiem. Bird Machine celebra la memoria de un artista fundamental para los últimos estertores de la música masiva, antes de este desabrido rapto que la cultura de masas tuvo a partir del cual la única música convocante parece tener ritmos cansinos y centroamericanos con búsquedas más afrodisíaco-comericales que artísticas. 
Más que despedir a Sparklehorse, con Bird Machine lo devolvemos por un rato a nuestra dimensión. Tal vez como diciéndole a él, que en alguna parte debe andar iterando: "te apuraste... mirá lo que te perdiste". 

Comentarios

También podés leer