el ejército de los derrotados

Una señora canosa con una trenza recogida con un arte milenario, seguramente de origen andino. A su lado, sobre la ventana una mujer a la que, por su contextura, imagino de unos 40 años cansados scrolleando mecánicamente su cel. Me da la espalda y está sentada así que es poco lo que puedo recabar pero perfectamente se puede decir que está pescando a ver si algún contenido digital pica en su interés, cada vez más efímero y reticulado, se puede decir que se va en fade. Frente a mí, un padre derrotado -como yo- protege con una mano el cuerpo mínimo de su pequeña hija derrotada (es muy pequeña para saberlo pero las posibilidades de que también sea derrotada son mayoría y convierten la posibilidad en una certeza). Con la otra mano custodia una mochila de Paw Patrol y yo cada vez que veo algo de esa serie animada no puedo evitar pensar que en Bahía Aventura, la ciudad de lo perros policías, las cosas están mejor que en donde vivo yo. En los dos asientos que hay más atrás, contra la ventana un tipo con la piel totalmente curtida, rastas saliendo por la boquilla del gorro con logo de Movistar que usa. Tiene una camiseta vieja de los pumas, tan gastada como para que el azul parezca casi un gris. Tiene un par de semanas de barba y verlo, con las cicatrices de la derrota en su cara, fue lo que motivó toda esta observación. Tiene la mejilla como un panel del buscaminas, todo lleno de cráteres y mordido por el sol, que ya pica a veces en esta época del año. A su lado un Tincho (no lo insulto lo describo) con gorro de river (visera recta, a diferencia del de Movistar, que tiene la visera totalmente arqueada). Los músculos del tincho contrastan con su indefensión somnífera, también ha sido derrotado, sólo que con más vigorexia. Detrás de ellos una mujer también duerme con la cabeza atorada contra la ventana... da cabezazos derrotada. Sus uñas tienen una manicura reciente, son de un lila propio de un pétalo y en este preciso instante un hilo de baba se lanza desde la boca de la derrotada y se funde en su antebrazo, que quieren las cosas de la vida que tenga unos diseños tatuados que perfectamente podrían ser flores (se ven parcialmente). A su derecha un viejo combatiente del ejército flotante de reserva laboral luce una digna abdicación con su piel llena de surcos (no son arrugas, son dunas de una playa muy ventosa). Me intriga ver en proceso a través del cual el tiempo va dibujando su cicatriz en la cara, como convergen los ríos, que como dice la canción, vuelven al océano que vuelve al río y todo así. En la última fila dos personas que no están dormidas pero sí están anestesiadas, que es lo mismo. Un veterano cansado canoso riesgo-escribano en aumento, por como está vestido; mira absorto y con devoción a través de la ventana. A su lado una jovencita muy coqueta, con su piel muy cuidada y un peinado casual, mira absorta y con devoción a través de una ventana digital, casi se puede decir que un anzuelo cuelga desde su boca. Casi se puede decir que no da cuenta de haber sido derrotada.


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