El día que descubrí lo que hay abajo del pasto

El día que descubrí lo que había abajo del pasto hacía frío. En mi afán necrológico me disponía a enterrar a Laiko, mi perro muerto en una pelea con un perro tres veces su tamaño. La pala iba y venía cancina y agotadora, pero para mí no era demasiado compleja la tarea, hace menos de un año había trabajado haciendo el pozo para un piscina en la casa de mi mejor amigo, a base de pulmón y agua salus sin gas. Y había quedado precioso. Un aujero sin ton ni son, ideal para un piscina. En fin, atomentaba el pasto del fondo de mi casa, las gallinas miraban como sin entender mucho, en realidad las gallinas nunca entienden mucho. Por eso son tan molestas.
Después de unos tres cuartos de hora me detuve, ví algo, era de color azul... no, era de color celeste... verde... pah, yo que sé, era de algún color medio así. Me agaché un poco sobre mis rodillas para observar mejor, creo que Laiko habría hecho lo mismo en caso de poder contemplar tal suceso. Nada, no había una mierda abajo del pasto, lo que estaba viendo era un cacho de vidrio viejo que de alguna manera se las había ingeniado para llegar metro y medio bajo tierra. Lo miré a Laiko y le iba a decir algo al respecto pero si los perros no hablan qué decir de los perros muertos. De todas formas era un compañero, y merecía la pena embarrarse para sacar un vidrio del lugar donde mi can tendría su última morada. 
Me tiré al pozo cual Alicia llega al país de las maravillas con la única diferencia de que no llegué a ningún lugar. Me embarré hasta las pelotas, hace unas 12 horas había llovido. Hace unas doce horas había muerto Laiko. Y la lluvia era parte de un homenaje, creo.

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