Francia ajena
En 1998 la selección campeona fue una selección bastarda. Plagada de inmigrantes. Nacionalizados. En un país que detesta a los inmigrantes, un pueblo apologético de la peor de las xenofobias europeas festejaba un galardón obtenido por los sin nombre, los representantes de los desposeídos, o cuando menos de los que no tienen derecho a nada. La muralla humana Marcel Desailly (Ghana), Ibahim Bá, el majestuoso Zinedine Zidane (Argelia), el rayo Djorcaeff (soviético), Thierry Henry (Guadalupe, también), el porteño David Trezeguet, la sombra Thuram (Islas Guadalupe, dos golazos en la semifinal contra los tanques croatas), el omnipresente Cristian Karembeu (Nueva Caledonia), el insuperable Patrick Vieira (senegalés; hizo dos goles en la final, nada menos)... cuántos más... la columna vertebral de la alegría de los franceses pertenecía a personas que ellos habrían despreciado visceralmente de no ser por la copa del mundo. Y aún así nada aprendieron. Y aún así los gallos en el escudo de la casaca de Le Blue fue besado por cuanto inmigrante jugó en su selección, y la hizo tan grande como ningún francés nunca la había podido hacer.
Y de no haber sido Francia podría haber sido Holanda. Que no era una naranja mecánica pero tenía un señor equipo. Y al mismo tiempo que los galos, vivía una situación insólita. Por un lado la absoluta discriminación a los negros que vivían en el país. Los hijos de inmigrantes, o hijos de hijos de. Esos que eran culpables de que sus padres o abuelos hubiesen sido secuestrados por el estado monárquico holandés y llevados para ser esclavizados a tierra remotas para esos progenitores de los hijos de nadie. De los hijos del barro.
Bien, esos negros discriminados veían como todos el blondo y ario país que los discriminaba vibraba, sentía y aclamaba a los morochos que lucían con orgullo y pundonor la camiseta de un país que había asesinado a sus padres, o en el mejor de los casos los había esclavizado.
Para qué nombrarlos, si hasta deben ser como Candyman que cuando lo nombrás varias veces aparecen. ¡Qué jugadores! Bogarde, el veloz Reiziger, la máquina Davids, el talentoso Seedorf, el invernal Aaron Winter; y el anormalmente talentoso y recordado Patrick Kluivert.
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